Las visiones de Adelaida

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A ocho años de su fallecimiento, el contundente legado de Adelaida García Morales, la más notable representante del gótico hispánico, merece ser revisitado y homenajeado.

Por_ Nicolás Poblete Pardo

Aunque su nombre suele asociarse a un par de obras, el extenso catálogo de Adelaida García Morales (1945-2014) es digno de exploración, pues permite apreciar los múltiples matices de su particular voz, siempre inmersa en una nube fantasmagórica, misteriosa. Nacida en Badajoz y fallecida en Dos Hermanas, España, cada una de las hipnóticas atmósferas que acompaña sus narraciones privilegia el estudio de los espacios interiores, y cada personaje carga con un desafío: el de exorcizar un mundo íntimo.  

Delineando el Gótico

Ya en su primera publicación, consistente en dos nouvelles, Adelaida imprime su huella. «El Sur» (1985) comienza de modo ejemplar: “Mañana, en cuanto amanezca, iré a visitar tu tumba, papá”. La trama se articula como una carta de amor que termina con la integración de una experiencia brutal: “… ha sobrevivido tu silencio y también, para mi desgracia, aquella separación última entre tú y yo que, con tu muerte, se ha hecho insalvable y eterna”. Seguida de «Bene», que rescata otro ángulo gótico, gracias a su tono onírico, la incursión de Adelaida en el mundo editorial presagiaba un futuro de reconocimiento literario, consolidado con «El silencio de las sirenas» (1985), su premiada novela, donde se presenta a María, maestra que emprende un viaje hacia Las Alpujarras, una zona que parece anclada en un pasado de brujos, conjuros y supersticiones. En una descripción que recuerda el comienzo de «El castillo», de Kafka, María comenta: “Era ya medianoche cuando Elsa empujó mi puerta con fuerza, abriéndola de golpe y adentrándose en mi casa, como si surgiera de la espesa oscuridad que quedaba tras ella, en el exterior”. 

Después del éxito…

Como siguiendo la línea de sus elusivos personajes, la presencia de Adelaida comienza a tornarse más etérea en la escena editorial. Su obra, aunque galardonada, parece no gozar del beneplácito comercial; el ritmo de publicación cambia, así como las casas editoriales. Será motivo de preocupación el estado financiero de la autora, así como sus últimos días, que vivió de modo austero y silencioso. Sus entregas, sin embargo, continúan sorprendiendo por su solidez.

Desde la primera línea, «La lógica del vampiro» (1990) nos envuelve en una atmósfera inquietante: “Un día del pasado mes de noviembre… recibí el siguiente telegrama: ‘Diego ha muerto. Ven enseguida. Pablo’ ”. La protagonista es Elvira (sólo se nos revela su nombre hacia el final de la novela), una profesora en sus cuarenta, que valora su privacidad, su soledad y autonomía; el vampiro es el enigmático Alfonso. Él ejerce su fascinación, que es tanto atracción como repulsión, hipnotizando con su mirada, que ella intenta elucidar. 

Cómo somos vampirizados por nuestros cercanos; cómo nos exponemos, voluntariamente, a la depredación y al hechizo: estas pulsiones se ponen en marcha en Elvira cuando cae en la dialéctica vampírica con la que funciona Alfonso, partiendo por sus “ojos negros, su mirada última, gélida, inhumana, casi animal”. En 1994 aparece «Las mujeres de Héctor», donde Adelaida hace uso del suspense para revelar la psicología de su protagonista, Laura, cuyo objetivo es desligarse de un cuerpo muerto, en un dilema que la asocia al estigma que carga Lady Macbeth. La culpa, que deviene locura, es su castigo, a la vez que la resolución implícita de la novela. En su casa-cárcel Laura percibe una figura desdibujada junto a ella, “algo que no podía ver ni tocar, alguien que, sin embargo, parecía respirar a su lado”. 

Transiciones

En «La tía Águeda» (1995), la última publicación a cargo de la editorial Anagrama, tenemos a otra chica, Marta, en un proceso de aprendizaje semejante al de las protagonistas de «El sur» y «Bene». Nuevamente, el inicio marca la pauta para una escenificación gótica, donde cobra relevancia la noción de umbral: “Ya era de noche cuando mi padre me despertó”. En la novela, tropos como la casa encantada, el uso de luces bajas y de ciertos tabúes sexuales, se añaden a este teatro. En su siguiente entrega vemos un cambio, evidente tanto por su abordaje como por su bienvenida a la editorial Plaza & Janés, «Nasmiya» (1996), su novela más extensa, ofrece una trama polémica: la conversión al islam de su protagonista, Nadra. Ella alguna vez fue Ana, pero su previa identidad ha quedado en la memoria sólo de algunos que no concuerdan con su radical decisión. Nadra, la peculiar heroína, enfrenta el desplome de sus convicciones, y la narración se transforma en un verdadero estudio de lo que significa (intentar) conocer (y aceptar) a un “otro”, algo no muy distinto a intentar comunicarse con un fantasma… 

Plaza & Janés publica la siguiente novela de Adelaida: «La señorita Medina» (1997), cuyo inicio es nostalgia pura, una característica del Romanticismo, del que el Gótico bebe permanentemente: “Hace apenas unos días que se cumplieron treinta años desde que el sufrimiento logró derrotarte al fin, induciéndote a quitarte la vida, una vida tan corta como la tuya, Nieves, mi única hermana, a quien tantas veces ignoré”. En la novela se saca a flote el tabú sexual, a partir de la señorita Medina, quien esconde una violación, así como otro duro trauma, y se erige como una versión femenina de Humbert Humbert, el protagonista de la obra más conocida de Nabokov, «Lolita». 

Consumación de un proyecto

Dos editoriales se hicieron cargo de las últimas entregas de Adelaida. En 1999, Debate publica «El secreto de Elisa», novela que contiene todos los ingredientes de un thriller paranormal, donde la psiquis de la protagonista lucha con fuerzas sobrenaturales; lucha que hace eco de su propio proceso interior de independencia social y visión espiritual, para sorprendernos con un tratado sobre la existencia misma, vista como límite entre lo real y lo imaginario. Elisa aprovecha el adulterio de su marido para irse de Madrid e instalarse en un pueblo donde pena un fantasma del que se enamora: su proyecto paranormal deviene en una verdadera boda con el más allá. 

«Una historia perversa» (2001), publicada por editorial Planeta, es la penúltima entrega de Adelaida, un relato truculento donde se debaten los límites entre arte y crimen, y el consecuente cuestionamiento moral. Aquí, Adelaida (quien se inspiró en una noticia real) presenta una innovación narrativa, al usar la alternancia de puntos de vista entre Andrea y Octavio, el connotado artista, magneto masculino del relato. Así es cómo tenemos acceso a su primera persona. Tras atestiguar el desmayo de Andrea, después de un macabro hallazgo, le explica, en su intento por calmarla: “¿Acaso era preferible que un cadáver se descompusiera bajo tierra, en una tumba, a que fuera embalsamado para formar una obra de arte?”. 

Su última novela, «El testamento de Regina» (Debate 2001), repasa el terreno que tan virtuosamente extendió a lo largo de su carrera editorial, gracias a sus atmósferas ominosas y elegantes. Aquí, reaparecen pulsiones básicas y primitivas, como los celos, la venganza, el terror a lo desconocido y a lo macabro. Valiéndose de una anciana como protagonista, y una joven psiquiatra (Susana, la improbable y enigmática heroína) a cargo de su cuidado, «El testamento de Regina» comienza con la muerte de Regina y, luego, la voz narrativa nos relata su vida de modo retrospectivo para, hacia el final, revelar un gran secreto… 

En sus interacciones vemos nacer este arquetipo, característico de las protagonistas de Adelaida: se trata de almas dotadas de un intenso mundo interior, casi despreocupadas del contexto material, y abocadas a seguir un camino con tintes espirituales. Por eso, sus motivaciones parecen elusivas, vagas. 

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