Lo que la Tierra quiere ser

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No era un simple escenario, la Tierra. Ahora, cuando desaparece lo remoto y se secan los humedales, percibimos que más allá de sus recursos ella es medular en nuestro sentido de la vida; y en los placeres que provoca. Por lo mismo –y es la búsqueda geopoética–, hoy se busca un diálogo más allá de la ecología, desde el arte y la cultura.

Por_ Miguel Laborde

En su columna del 27 de agosto 2022 en el diario «El País», Martín Caparrós aborda una sola palabra: playa. Nos recuerda que en diccionarios ella aparece descrita como “arenal o pedregal costero más o menos llano”. Es cierto, pero es un significado muy diferente del que pudieron darle, recuerda, los obreros franceses del Frente Popular de 1936, cuando luego de largas huelgas lograron el derecho a vacaciones pagadas y, tras ello, se lanzaron en masa a conocer una playa. 

Más de alguno habrá vivido en ellas una epifanía, con el cuerpo expuesto a la brisa y el sol, el contacto con la tibia arena, la brisa marina respirada a fondo, hasta sentir que el universo, la vida, todo era perfecto. Y que es bueno estar vivo.

Los griegos separaron la geografía, que estudia lo que es –como la playa en tanto arenal o pedregal–, de la corografía –similar a lo que hoy llamamos geopoética–, que se refiere a lo que el ser humano ve, siente o evoca frente a los paisajes. 

No es igual el camino de la ciencia al del arte y la cultura, el de la ecología y el de la geopoética, aunque estamos cada vez más cerca de entender que están muy unidos; lo que es, de lo que podría llegar a ser. Por eso han surgido iniciativas para que la UNESCO no sólo proteja lo creado por el ser humano –arte y cultura–, sino también formaciones naturales –geográficas– que también son parte esencial de la historia humana.

Mirador de estrellas

Desde tiempos arcaicos hemos organizado nuestras vidas en relación a paisajes; cierto volcán, ese bosque, ese antiguo río de aguas profundas, un lago que descansa bajo el sol. Por ellos creamos relatos e imaginarios –la mayoría expresados en obras de arte–, que forman parte del valor que le damos a la vida. No es lo mismo crecer al pie de un volcán que junto a una playa, porque nuestra vida es un hecho de la Naturaleza –biológico–, pero también algo que trenzamos con lo geográfico. Así somos montañeses, isleños o gente de mar, porque tenemos una relación geopoética con el planeta al percibir que, más allá de sus recursos –el escenario ambiental que nos permite sobrevivir–, el mundo también es parte íntima de nuestro ser. 

La geopoética, en años recientes, es una propuesta para relacionarse de otra manera con el planeta y sus paisajes, aunque en línea con el pasado; ya dijeron los griegos que el ser humano anhela vivir en sintonía con el espíritu de un lugar, en tanto Friedrich Hölderlin (1770-1843), poeta amante de los griegos, escribió: “Poéticamente habita el hombre en esta tierra”.

Más allá de lo que la Tierra es, y ya que como especie la estamos modificando sin tregua ni descanso, debemos preguntarnos qué sucederá con ella. 

Somos responsables de su destino. 

Según el arquitecto Louis Kahn (1901-1974), una cosa es lo que la cosa es, y otra “lo que quiere ser”. Aquí, en Santiago de Chile, ¿qué quieren ser este valle, esta ciudad, este río? ¿Y ese soberbio volcán que nos acompaña, de más de 6.500 metros de altura, el Tupungato? Discuten su etimología indígena los expertos, si es “mirador de estrellas” o “punta del cielo”.

Es interesante el pensamiento del físico e historiador indio Dipesh Chakrabarty, autor de «El humanismo en la era de la globalización» (2009) y «Clima y Capital» (2021), donde aborda el Cambio Climático más allá de la ciencia. Esta etapa, el Antropoceno, lleva las huellas humanas hasta lo más recóndito, mientras, explica, crece el poder de unos Estados Unidos que consumen recursos del 60% de planeta. Afirma que el impacto ambiental de la población con más recursos –serían necesarios cuatro planetas para que todos consumiéramos como ellos–, demuestra que la Tierra ya no es un simple escenario para el devenir de la Humanidad. Nuestras historias ya se trenzaron. La de la Tierra y la nuestra.

Encuentro geopoético

La geopoética dialoga con la geografía desde la ciencia, pero también con la amplitud del arte y la cultura. En Salvador de Bahía, Brasil, ahora en septiembre se realizó el Primer Seminario Internacional en geopoética «Paisajes en tránsito», en el que geógrafos, escritores, urbanistas, músicos, cientistas sociales, interesados en el destino de su bellísima ciudad –la primera capital de Brasil– fueron invitados a reflexionar sobre lo que ella puede ser.

Sus numerosas playas de aguas templadas, su clima nunca extremo, el sol suavizado por brisas permanentes y sus islas, más su interior de bosques tropicales donde habitan cerca de mil especies de aves, han transformado a Salvador de Bahía en un destino turístico que explotó en altos edificios, uno junto a otro. Corre el riesgo de ser víctima de su éxito.

Tiempo de pensar en su geopoética, decidieron los organizadores de este seminario internacional. En la ciudad profunda, con algo que debiera perdurar, y en lo que ella quiere ser en el siglo XXI, más allá de un carnaval con cuerpos semidesnudos que bailan iluminados.

Podemos preguntarnos: ¿Qué quiere ser Viña del Mar? Muchas veces se la asoció con Biarritz, Niza, Portofino. En un 1900 de costumbres urbanas formales y rígidas, fue el espacio abierto en Chile para comenzar a recuperar el cuerpo y permitir el despertar de los cinco sentidos. Pescados y mariscos, brisas marinas, la calidez de las arenas doradas, el espacio azul hasta el horizonte y el sonido de las olas encendían un cuerpo aletargado. Los primeros automóviles, conducidos por los dueños de las primeras cámaras fotográficas, invitaban a explorar las quebradas y valles cercanos. Exposiciones de arte y de flores, cine arte y conciertos de música, para todo había tiempo. Tenía una calidad de vida superior, centrada en la Playa de Los Artistas.

Lo dijo Joaquín Edwards Bello: “Solamente Viña del Mar sabe proporcionar al organismo esos granos de locura que Horacio reclamaba como indispensables para las obras de arte; en la playa, en las terrazas, en las carreras de caballos y piscinas, el cuerpo se sacude acariciado por invisible rocío de vitaminas”.

A un paso el Valparaíso portuario, al alcance por la Avenida España que fue la primera arteria pavimentada en el país, “una verdadera calle tendida como un balcón sobre el panorama del mar”, según la prensa de la época, en 1922. Hace justo un siglo. ¿Y ahora, qué quiere ser?

El ordenamiento territorial es imperativo en varias regiones de Europa, aunque algo tarde para algunas. Buscan evitar la continuidad de los balnearios, que mantengan distancias y den tregua a la Naturaleza, para evitar lo que sucede con nuestro angosto litoral central, el que amenaza transformarse en un continuo urbanizado de más de 100 kilómetros de largo.

El mismo Caparrós postula en su columna que la playa fue “un invento de los ricos del siglo XIX del que, poco a poco, con esfuerzo y pelea, se fueron apoderando los pobres del siglo XX”.

Con el auge de las clases medias, Viña supo adaptarse con obras que transformaron el balneario en ciudad, como la Población Vergara, la urbanización de Reñaca, el Hotel O’Higgins, el Casino del Mar, la Piscina Olímpica, Las Salinas, el Estadio Sausalito.

El Cap Ducal, privado y audaz en sus formas, fue un acierto del arquitecto Roberto Dávila Carson, en 1936, luego que en Europa trabajara en los dos talleres decisivos del Movimiento Moderno, de Peter Behrens y de Le Corbusier. Fue el símbolo de esa modernidad que se integraba a la Naturaleza y parecía avanzar mar adentro, a los espacios libres.

¿Cómo absorber, ahora, las nuevas demandas?

Parece llegado el tiempo de reunir a científicos, artistas e intelectuales, como en Salvador de Bahía, para proyectar su geopoética del nuevo siglo, desde lo que ella es y desde lo que quiere ser. 

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