Roberto Edwards Largo adiós a un visionario y moderno impulsor de las artes

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Roberto Edwards en su estudio, 1997. ©luka mjeda

 

«La Panera» rinde homenaje al destacado empresario, fotógrafo y editor, quien falleció el 1º de julio pasado a los 85 años. El fundador de la revista «Paula» y creador del inédito proyecto «Cuerpos Pintados», celebró la vida como retratista y marcó tendencia mucho más allá de los encuadres de la fotografía y los límites del arte y la belleza: pionero, visibilizó los derechos y realidades de las mujeres en la segunda mitad del siglo XX, promovió la vanguardia y las nuevas estéticas, puso a varios artistas chilenos en el mapa internacional, y apoyó el desarrollo de las Industrias Creativas tanto en Chile como en el extranjero. Familiares, amigos y colaboradores cercanos dan testimonio aquí de su legado y la imborrable huella que dejó en la escena artística nacional.

Por_ María Edwards (1986), hija de Roberto.

Te auto declarabas malo para el dibujo y el piano, la escritura no era lo tuyo. Disfrutabas la música pero pensabas no tener talento para componer. Creciste admirando la sensibilidad de tus hermanas Sonia y Marisol hacia las artes y los animales; la capacidad musical y amor por la Naturaleza, de tu padre; la audacia y modernidad de tu madre. Siempre transmitiste que tú estabas de observador: admirando y aprendiendo. En tu familia, una vida dedicada a las artes no era el camino obvio. Te atreviste a desafiarlo.

Escogiste mirar el mundo a través de un lente. De ahí nace todo. De observar en silencio. Tu contribución al arte podría resumirse en el proceso mismo de la fotografía. Primero: observar y registrar ideas propias o creaciones de otros. Segundo: aplicar la mejor tecnología para retocar e imprimir. Por último, liderar un equipo humano capaz de documentar y difundir el registro, escogiendo el soporte más apropiado desde libros, hasta complejas exposiciones. Lograste elevar la imagen fotográfica al estándar de obra artística. Fue en la revista «Paula» (1967) donde manifestaste por primera vez tus intereses, mostraste tu ojo y tu mano. 

Decías que lo tuyo era formar equipos humanos. No con cualquiera, siempre con los mejores. La excelencia técnica y humana impulsó cada proyecto en el que volcaste tu energía. Para ti las cosas no se hacían de cualquier manera, sino con la mejor tecnología existente y con los más entendidos. 

¡Te gustaría tan poco que se hablara de ti! Siempre quisiste pasar inadvertido. Desde la forma en que te vestías hasta el rol de editor silencioso que jugaste en tus proyectos. La forma y lugar donde decidiste vivir y trabajar dan cuenta de tu estilo. Un edificio sin pretensiones en el centro de la ciudad, donde las cosas pasan. Construiste pasillos que conectaron tu casa con tu oficina. No era una oficina convencional, era un taller a puertas abiertas donde se ideaban y concretaban proyectos. En ese taller –en donde en simultáneo colgaban impresiones, se proyectaban imágenes sobre muros y las mesas eran retroiluminadas para diapositivas– era donde recibías visitas. Viviste y trabajaste en espacios abiertos, compartiendo experiencias. Algo que hoy resulta corriente y en lo que tú fuiste pionero. 

Te gustaba recibir invitados de manera informal. No había un comedor, había una mesa de trabajo inmensa con ruedas, un lazy Susan en el centro, enchufes y sillas de oficina. Todo movible. Nada en tu vida era definitivo, todo tenía la posibilidad de mutar, de evolucionar. Creías en los cambios, estabas dispuesto a dejarte sorprender y cambiar de opinión. Porque ante todo, eras una persona práctica y estratégica. Eras, desde siempre, un moderno. 

Ni tú creerías cómo, sin dedos para el piano, orquestaste de manera integral y consistente tu profunda contribución al arte y a los artistas chilenos. Desde el fin del mundo y desde múltiples aristas. Usando como medios y soportes la fotografía, la imprenta y los libros. 

Roberto Edwards junto a Fabián Carrasco, Roberto Severino, Isabel Fernández, Pedro Quevedo y Rodrigo Yáñez, parte del equipo de diseño, impresión y encuadernación, 2008.

 

Reivindicaste artes menores –o menos estelares– como la ilustración botánica. Tu fascinación por la Naturaleza y por Chile te llevó a desarrollar «Fauna Ilustrada de América», una colección científica y estética de las especies más relevantes del continente americano. También quisiste enaltecer el trabajo de varios que pasaban inadvertidos en sus labores con tu primera –y casi única– exposición fotográfica individual «Oficios», en el MAC del Parque Forestal (1976).

Inspirado en temas profundos y arraigados de culturas como los Nuba en Sudán o los Selk’nam de Tierra del Fuego, desde una mirada estética, ancestral e integradora, comenzaste a ahondar en el potencial expresivo del cuerpo humano. 

Tenías fascinación por lo local y por democratizar el arte y el conocimiento. En tu afán enciclopédico siempre querías registrarlo todo, ordenar la información existente. Querías ordenar tus pasiones e intereses –que no eran pocos– y transformarlos en una enorme biblioteca al servicio y alcance de todos. 

Tu marca en cada integrante de la familia –y en tantos más– es tan profunda que cuesta resumir. Motivaste nuestro interés por la Naturaleza enseñándonos de flora nativa. Nos entusiasmaste con aprender artes, juegos, pasatiempos. Lo que más nos entregaste fueron herramientas para que usáramos con libertad. Enseñándonos a hacer libros y revistas con nuestras manos, a hablar inglés, a coleccionar o a construir. Ahora entendemos más claramente que así era tu trabajo: hacer realidad de manera creativa cualquier idea. 

Con tu proyecto «Cuerpos Pintados» (1981) cambiaste el clásico soporte de los artistas, rompiendo el pudor de la época y los prejuicios en torno a desnudarse, pintarse y fotografiarse. “Para muchos que se ofrecieron voluntariamente, la experiencia alcanzó la intensidad del rito, conscientes como estaban de participar de una fantasía colectiva, de una fiesta i-nédita del arte chileno. Un momento de germinación emocionante, muy confiados en que cuando alguien apunta hacia la Luna, nadie mirará el dedo”, dijiste sobre el complejo proceso de conseguir modelos.

Pocos saben que la idea inicial de «Cuerpos Pintados» sólo culminaba en un libro. Pero tú –invitado por el entonces director del Museo de Bellas Artes, Nemesio Antúnez, a conocer la Sala Matta en que se lanzaría «Cuerpos Pintados: 45 artistas chilenos»– quedaste sorprendido por su tamaño y con el equipo improvisaron la impresión de gigantografías y proyección de diapositivas para llenar el espacio y aprovechar el momento. 

Te cargaban los eufemismos. Con ese nombre tan literal y explicativo, la –ya a estas alturas– exposición «Cuerpos Pintados: 45 artistas chilenos» (1991) recorrió 32 museos de América y Europa, entre ellos, el Museo Rufino Tamayo, en Ciudad de México; la Zal Maniezh, en Moscú; el Centro Culturale Zitelle, en Venecia; el Museu de Arte Moderna, en São Paulo; y la Staatliche Kunstsammlungen, en Dresden. Fue vista por más de un millón y medio de personas. Ese éxito insospechado en esos años de gira hizo al proyecto merecedor de diversos premios en Arles, Managua, Múnich y Los Angeles, entre otros; y el libro fue editado varias veces, además de haber sido traducido al inglés y francés. 

Así, lo que inicialmente fue concebido como un proceso artístico que se concretaría en un libro, terminó siendo tu proyecto de vida por más de 30 años. 

Ya no se trataba sólo de pintar sobre el cuerpo. Ahora el cuerpo pintaba, el cuerpo era parte de una pintura, el cuerpo hacía música, el cuerpo pintado también pasó a crear piezas escénicas. La evolución del proyecto trascendió quehaceres artísticos incursionando en estudios etnográficos tan valiosos como los liderados por la historiadora Marisol Palma, que consiguió las fotografías originales del antropólogo alemán Martín Gusinde, quien registró lo que se cree es una recreación del Hain celebrado por los Selk’nam en 1923 en Tierra del Fuego, luego de su extinción. 

Los escultores Marcela Correa y Carlos Fernández, Taller Santa María, 2001.

 

Ya en sus años más avanzados, «Cuerpos Pintados» también se trataba de otras intervenciones contemporáneas al cuerpo, como la cirugía plástica, el cambio de género y el proceso natural o circunstancial de envejecimiento. La artista Marcela Correa recuerda: “De lo más excepcional fue compartir con Loren Cameron, fotógrafo americano que estaba transitando. Hoy parecen temas cotidianos, pero en esa época era algo inusual. Ahora veo con mucha más claridad el interés real de Roberto de visibilizar esos temas”.

En tus propias palabras: “A veces el cuerpo en el cual nacemos no corresponde necesariamente a la persona que llegamos a ser. Un transgénero es un individuo más que trata de llevar su existencia de la manera más honesta posible”. Han pasado ya 20 años.

Lo que denominaste finalmente «Taller Experimental Cuerpos Pintados» buscaba empoderar a otros, sembrar interés en temas innovadores. Fuiste el corazón que contagiaba de entusiasmo y convicción a otros corazones y manos que terminaban por concretar cada idea que te quitaba el sueño. No te gustaba figurar, ni el honor ni la gloria. Te gustaba hacer arte para compartirlo, empujar a artistas a que hicieran arte, a jóvenes talentos a que se perfeccionaran en cuales fueran sus especialidades. En palabras del escultor Carlos Fernández: “Haber trabajado con Roberto nos cambió la perspectiva. Esa manera de ver el arte y de empujar a los artistas, nos permitió el acceso a conocimientos y técnicas que no teníamos, salimos de esa precariedad. Impulsó nuestras carreras. Para él nada era imposible”.

Creías en las personas y creías en el arte, como aquella zona neutral en que podemos encontrarnos sin importar quiénes somos y de dónde venimos. Ese es, tal vez, el mayor argumento detrás de tu aporte al arte. Tú querías la integración social por medio de las artes. De todas las artes. Eras un convencido de que en ese terreno todos hablábamos el mismo idioma y podíamos co-crear sin estar marcados por nuestras diferencias o capacidades. 

Nos transmitiste un estilo, una forma de hacer las cosas y de relacionarse. Tiene que ver con romper patrones, ir más allá de lo esperado, hacer realidad las ideas de la mejor manera posible y con las mejores personas. Nos enseñaste a confiar en la gente, a compartir, integrar y valorar la diversidad. Pienso que ese es tu mayor legado. Tu forma y tu estilo marcaron la diferencia. 

De tanto observar, admirar e impulsar, finalmente fuiste el más artista de todos. 

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