Violeta Vidaurre La audaz niña bien que “despeinó” las tablas nacionales

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Colección Museo Histórico Nacional, autor René Combeau Trillau 1965 obra «Casimiro Vico», Violeta Vidaurre y Justo Ugarte.
Protagonista del primer desnudo teatral femenino y pionera de la tevé, junto con actuar en clásicos y café-concerts, fue precursora en romper con las ataduras del sexo femenino de su época. A pesar de que muy pronto se cumplirá un año de su partida, su huella humana y artística sigue viva entre admiradores, colegas y amigos de siempre.

Por_ Marietta Santi

El público quería a Violeta Vidaurre, esa mujer alta y elegante, de familia aristocrática, que optó valientemente por ser una obrera de la actuación y que subió a escena hasta que el Alzheimer hizo de las suyas y le impidió recordar los textos. Así la describe Roberto Nicolini, su gran amigo y a quien ella “adoptó” de manera simbólica: “La Viole cortaba boletos. Una vez veníamos de una gira y paramos a comer en un restaurante de la carretera, y al momento de pedir la cuenta ya estaba pagada. Un señor mayor, que era su fan, quiso demostrarle así su admiración. La Violeta podría haber sido una actriz con compañía propia, tenía un gran arrastre y el amor de la gente donde fuera”. Personalmente, tengo un recuerdo imborrable de ese cariño. A la salida de la obra «Quién se queda con mamá», en 2011, ella le daba la mano al público y respondía sus preguntas sin tapujos ni apuros, con una gran sonrisa. “Una actriz se debe a su público”, me dijo muy seriamente entonces.

Faltaba mucho para que la enfermedad del olvido la venciera, lo que sucedió el mismo día que cumplió 93 años: el 1º de junio de 2021. Violeta dejó atrás una vida apasionada, que rompió paradigmas de su clase social y también de género, enamorada del teatro y de su adorado compañero Pedro Villagra, seis años menor que ella.

Colección Museo Histórico Nacional, autor René Combeau Trillau 1965 obra «La Pérgola de las Flores», Violeta Vidaurre y Justo Ugarte.

Pasión sin tapujos Violeta Vidaurre Heiremans nació en la sureña ciudad de Traiguén, en 1928. Creció en Santiago, nada menos que en el llamado Palacio Heiremans del barrio República, donde descubrió el gusto por la actuación de la mano de su primo Luis Alberto Heiremans, dramaturgo y autor de la revisitada obra «El tony chico». Como se estilaba en la época, estudió primero con tutores para luego continuar en el Sagrado Corazón de Apoquindo y egresar del Villa María Academy. La actriz quería entrar a la universidad, pero la negativa de su padre fue tajante. Frustrada, se casó a los 19 y armó una familia. “Recién a los 28 me decidí a estudiar teatro, porque Luis Alberto me lo sugirió. Me metí a la Universidad Católica y cambió mi vida, se convirtió en mi pasión”, declaró en la entrevista que le hice en 2011.

Tenía hijos y manejaba un auto (algo insólito en una estudiante) en el que llevaba a sus compañeros. Perteneció a una generación dorada, formada por Paz Yrarrázaval, Ramón Ñúñez, Héctor Noguera, Anita Klesky y Silvia Santelices, entre otros. En 1961 fue convocada a participar con un papel pequeño en el estreno de un musical que trascendería hasta nuestros días: «La pérgola de las flores», escrita por Isidora Aguirre y musicalizada por Francisco Flores del Campo. Pero un imprevisto, como relata Nicolini, la llevó al primer plano: “Silvia Piñeiro enfermó gravemente y el director se vio en la necesidad de reemplazarla. Llaman a Violeta, que era alumna todavía, a hacer el personaje de doña Laura. Y lo hace muy bien. La Violeta queda en el rol fin de semana por medio, y la Piñeiro pide que los días que actúe anuncien la función con un ‘hoy actúa Violeta Vidaurre’ ”. Ocho años después, formaría parte del emblemático montaje «Nos tomamos la universidad», de Sergio Vodanovic, inspirada en la toma de la Universidad Católica ocurrida en 1967. En 1970 hizo gala de su audacia y desinhibición al mostrarse desnuda (pero de espaldas), en la versión de Eugenio Guzmán para «La Ronda», de Arthur Schnitzler. Según los registros, el suyo fue el primer desnudo femenino de la escena nacional. Esa misma falta de tapujos la llevó a actuar, en 2006, en la comedia «Ellas quieren… él no puede», acompañada de Gabriela Medina y un joven Martín Cárcamo, que narra cómo dos mujeres maduras raptan a un galán de TV que las obsesiona. También formó elenco con María José Campos, más conocida como “la porotito verde”, en la comedia «Quién se queda con mamá».

«La última noche que pasé contigo», 1991, autor Juan Francisco Somalo.

 

Hay términos que se repiten en las conversaciones con los artistas cercanos a Violeta. Generosidad, compañerismo, humildad y pasión son los más destacados. Como periodista, viví en primera persona su gran disposición y falta de divismo, cuando fui convocada para realizar la difusión en una obra donde ella actuaba, en 2015. Sin poner condiciones, viajaba desde su casa en La Cisterna –que compartía con el también actor Pedro Villagra– a la radio o al canal de TV que la entrevistaría. Sólo pedía un radiotaxi. “Estoy vieja y mis hijos no me dejan manejar”, explicaba. Aparecía justo a la hora acordada, peinada y maquillada, lista para ser grabada o retratada. “Agradezco que me entrevisten. Uno hace teatro para que la gente vaya, y para eso tiene que enterarse de la obra”, repetía. Lejos estaba del tan manoseado concepto de “rostro”, que cruza las generaciones jóvenes de actores y actrices. Anita Reeves, Decana de la Facultad de Artes de la UNIACC, comenta: “Podría decir muchas cosas, pero lo que más rescato es su generosidad y su humildad. Ella era una actriz por esencia, nunca fue una diva, era muy generosa, compartía todo”. Violeta era la protagonista femenina de «Casimiro Vico, primer actor», de Armando Moock, la primera obra de teatro en la que Reeves actuó profesionalmente, cuando cursaba segundo año de teatro. “Nos hicimos muy amigas, me encantaba cómo actuaba. Creo que fue la primera obra que hizo en la UC Pedro Villagra, porque ahí se conocieron. Realmente fuimos compañeras mucho tiempo de escenario y de vida. La Violeta tenía un auto y nos llevaba a pasear, nunca me voy a olvidar. Era una mujer muy encantadora, pero realmente muy encantadora”, recuerda. Juntas actuaron en varias teleseries, siendo la más recordada su interpretación de las hermanitas Menares en «La Torre 10». Premio Marés 2019 a la Excelencia, por su trayectoria en televisión, Violeta fue una de las pioneras del género, ya que en los 70 figuró en las primeras producciones («Sin amor», «María José», «J.J. Juez», «Sol tardío» y «La colorina»), y continuó por décadas en la pantalla chica, hasta que fue relegada al rol de trabajadora del hogar. En las tablas, Violeta nunca rechazó –ni miró en menos– una propuesta. Podía hacer clásicos como «El burgués gentilhombre»; obras vanguardistas al estilo de «Equus», pero también comedia y café-concert (protagonizó varios, escritos por Miguel Frank). Se presentó en el Bim Bam Bum con «La increíble, trágica y triste historia de la Tránsito Soto con el Leocadio Gutiérrez», divertimento escrito por Isabel Allende que fue censurado en el hotel Miramar, de Viña. Allí Violeta salía en bikini e interpretaba a una vedette en decadencia. Jorge Álvarez hacía el rey de la carne, el empresario. Ida pero feliz Humanamente, Violeta Vidaurre dejó huellas. No sólo por su generosidad y entrega, sino también por su valentía a la hora de ser mujer en un medio esquivo para la libertad femenina. Verónica García Huidobro, actriz y docente, la conoció como profesora de maquillaje, y se sintió tocada por ella: “Fue hermoso conocerla, porque fue una de las primeras veces que entendí que uno podía ser mujer, podía ser actriz, podía trabajar, e incluso ser mamá desde otro punto de vista de cómo criar a tus hijos. Me alcanzaba a dar cuenta, dentro de mi ingenuidad, de que ella había hecho un camino muy distinto para su generación”. La creadora de la compañía La Balanza recuerda que años después coincidieron en un montaje, y le sorprendió que Violeta sólo hablara de Pedro Villagra. “Se cuidaba de no involucrar a sus hijos en comentarios. Sólo la escuché hablar de Pedro, imagino que se habrá encontrado con una dimensión de ella como mujer que no conocía hasta estar con él. Y eso, simplemente, le hizo todo el sentido que ella necesitaba. Fue hermoso”. A Villagra lo conoció en 1969 y se reencontraron casi una década después. Ella estaba en pareja con un abogado, pero no dudó en dejarlo por seguir al que fue el hombre de su vida. Violeta debió separarse en 2017 de su gran amor, con quien vivía desde fines de los 70 en una casa en Gran Avenida. Ambos enfermos (él con crisis de diabetes), ya no podían cuidarse mutuamente. Él partió al sur, con su hija, y ella al hogar para artistas de Mónica de Calixto. Un año después murió Villagra. El deterioro de la actriz fue muy rápido –los últimos meses no reconocía a nadie– y necesitaba cuidado día y noche. Tenía dificultades para desplazarse y también para hablar. Antes de la pandemia recibía visitas del medio teatral (como Gabriela Medina) y de su familia. Se veía feliz. Ida, pero feliz. Su muerte forma parte de la despedida de una generación de creadoras y creadores de las artes escénicas que cimentó el rico panorama actual, como Bélgica Castro, Mario Lorca, Alejandro Sieveking y tantos otros. Una generación donde la pasión por el teatro era lo primero, y que no debe ni merece quedar en el olvido.

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