

En la muestra «Hechizo», que la Galería Patricia Ready exhibe hasta el 18 de abril, Gerardo Pulido hace cruces entre el Arte Precolombino, el Barroco americano y el Arte Abstracto para crear una veintena de obras lúdicas marcadas por el exceso, y con las que el artista chileno reivindica el trabajo artesanal en el arte contemporáneo.
Por Evelyn Erlij

Serie «Pinturas de castas (a P. D.)» 2018. Trozos de madera de balsa, lijados, tallados y adheridos con cola fría y pegamento de contacto transparente; lámina de oro artificial, óleo, barniz, esmalte de uñas, pintura acrílica y en aerosol, entre otras, sumando vidrio en polvo y vidrio líquido en algunos sectores. Dimensiones variables. (Foto: Sebastián Mejía)
Qué es un artista sino un artesano exaltado, escribió Walter Gropius, padre de la Bauhaus, en el Manifiesto que dio origen a esa famosa escuela alemana nacida en 1919. Un siglo más tarde, en tiempos en que parte del arte contemporáneo se nutre de imágenes digitales y de fábricas de producción artística –si se piensa en Ai Weiwei, Jeff Koons o Damien Hirst–, sus palabras suenan provocadoras: “Arquitectos, escultores, pintores, todos debemos volver al trabajo manual, porque el ‘arte profesional’ no existe”. Hoy, en una época marcada justamente por la profesionalización y la producción masiva de arte, y en la que no sólo se crean objetos, sino también prácticas pasajeras como las instalaciones y las performances, el hecho de que un artista como Gerardo Pulido (1975) realce el oficio del artesano parece algo así como un acto de resistencia, como un gesto a contracorriente.
De ahí que cite a la Bauhaus para hablar de su trabajo y, en particular, de «Hechizo», la exposición que presentará hasta abril en la Galería Patricia Ready: “(El de Gropius) es un ejemplo de tantos que cuestiona el divorcio del arte y la artesanía o el supuesto arcaísmo de la relación entre ambas ramas. Reconozcamos, además, el elitismo intolerable tras subestimar al artesano y su trabajo”, dice Pulido, quien expone 24 obras que evocan lo “hechizo”, es decir, lo hecho a mano, pero que también apelan a la otra acepción del término: se trata de piezas de formato pequeño que por sus colores, formas y texturas, embelesan al espectador. En palabras del artista, “mezcla de maquetas arquitectónicas, juguetes supersónicos y repostería de utilería”, que seducen por sus excesos y barroquismo.
“La palabra ‘hechizo’ refiere a un artefacto o arreglo no definitivo, comúnmente hecho a mano. Pero ‘hechizo’ alude también al embrujo, a la magia, que puede ser mera seducción o un maleficio. Dependiendo de la
perspectiva, el término tiene una carga positiva o negativa: lo provisorio puede ser tan ingenioso como ineficiente y lo mágico tan atrayente como turbador”, detalla Pulido, que desde hace años explora la abstracción haciendo cruces también con la estética precolombina y el Barroco; un estilo heterodoxo, explica, que han explorado antes el uruguayo Joaquín TorresGarcía, y hoy, el estadounidense Jimmie Durham, el argentino Marcelo Pombo y el chileno Juan Dávila, por ejemplo.
“No todos ellos son abstractos, claramente. Lo que llamamos abstracción es un fenómeno que brota en muchísimos lugares y momentos, acompañándonos en la historia desde hace miles de años. En este sentido, cuando recurro a la geometría, ésta me permite hilvanar patrones incas, el arte Madí, ‘cuadros’ de Frank Stella, el Constructivismo ruso, la Ciudad Abierta y la arquitectura de impronta bauhausiana, por citar, todo en una misma obra”, explica el artista, lo que queda en evidencia en la serie «Pinturas de castas», hechas a partir de trozos de
madera de balsa lijados y tallados, y trabajados con elementos como láminas de oro artificial, óleo, barniz, esmalte de uñas, pintura acrílica, pintura en aerosol, vidrio en polvo y vidrio líquido.
El resultado son piezas sobrecargadas, figuras barrocas que Pulido maquilla con trazos que no buscan la perfección, sino que reflejan algo así como el azar del pulso, el ritmo de un cuerpo que, con sus latidos y
su respiración, deja una huella indeleble, propia del trabajo manual. Según explica, se trata ante todo de “hacer” más que de dar forma a ideas preconcebidas: “Persigo un resultado que no espero que decante en una reflexión diferente a la preliminar. Por lo mismo, no planifico tanto lo que hago, intento que emerja de forma gradual y que tenga mucho de juego. Quisiera que eso lo intuya un visitante a «Hechizo», pues tiene relación con la experiencia vital: un ajuste entre lo que queremos y lo que nos pasa, ajuste en el que tenemos muy poco control”.
Jugar al arte
Hace veinte años, cuando comenzó su carrera, Gerardo Pulido trabajó esculturas hechas con miga de pan, material que modelaba a mano y que invocaba un patetismo estético del que no rehúye hasta hoy: “Exceso patético o exceso de lo patético”, escribe en el texto de presentación de «Hechizo», una muestra en la que, además, reivindica el derecho a usar verbos que usualmente generan escozor en el mundo del arte, como “maquillar” o “decorar”. Pero finalmente cree que la mayor hipocresía de una obra es no ponerse en evidencia: “La búsqueda del aplauso instantáneo la veo en mucho del arte contemporáneo, que evita ofrecerse en su vulnerabilidad. En rigor, no se está exponiendo. Pone en supuesta crisis la contingencia socio-política pero no se
pone en crisis a sí mismo. Lo artesanal, lo manual, lo cosmético, lo decorativo y otras etiquetas de algún modo marginadas hoy, arman un conjunto de subestimaciones que, creo, permiten situarse críticamente en las artes visuales”.
La serie «Embelecos», por ejemplo, trata de piezas que evocan una cierta fragilidad; que por sus formas y perspectivas enrevesadas remiten a algo así como a maquetas hechizas, creadas con madera de balsa y pintadas con patrones y trazos que no ocultan sus imperfecciones. Dan la impresión de ser objetos improvisados, a medio camino entre el Barroco, el Arte Precolombino y la abstracción, “elementos en disputa que, sin embargo, se ligan; distintas formas, en suma, que configuran un mestizaje deliberado y de distinto tipo”, detalla el artista y profesor universitario (UC), quien en 2017 publicó el libro «Composiciones bajo tierra. Abstracción prehispánica en el arte reciente”.
“Hago policromías del siglo XXI, herederas lejanas y excéntricas de las vírgenes y de los santos de la época colonial en América. Policromías paganas, retablos abstractos, escribe el artista en el catálogo de la muestra, que incluye también la serie «Pictogramas # 4–9», objetos rocambolescos hechos con palos de maqueta, cartón, latas de bebida, pintura acrílica, óleo y barniz brillante, entre otros elementos. “Los trabajos que expongo han sido literalmente manufacturados, realzando esa condición y la forma en que están hechos, o sea, con prolijidad pero también con soltura, incluso con cierto desgano o descaro”.
En sus propias palabras, se trata de “esculturas y cuadros de juguete”, piezas que estimulan y retan al espectador y que, por lo mismo, requieren una mirada tan atenta como lúdica, un adjetivo, por lo demás, algo escaso en el arte actual. “Los artistas queremos parecer serios, profundos e inteligentes para, tal vez, rechazar el estereotipo de que el mundo del arte es frívolo, estereotipo que calza bastante con la realidad, creo”, dice Pulido. “Lo que ocurre es que hay otra cara de la moneda, pues lo artístico concilia lo que parece incompatible: la burbujeante champaña y la espesa filosofía. Todos los que integramos la escena artística participamos de este juego. Mi trabajo, al exacerbar lo lúdico, pone el dedo en esto: muestra cómo jugamos en el sistema del arte”.