

Así pasa cuando sucede Pianista, compositor e improvisador. En ese orden, o cualquier otro, el músico reaparece después de un prolongado silencio. Lo hace desde Barcelona con tres discos en paralelo, que a su vez describen esta triple vía a la música: la interpretación, la escritura y la aventura.
Por_ Antonio Voland

arlos Silva transgrede otra vez la lógica de la ejecución del piano, tanto en sus cuatro nuevas partituras como en sus aventuras como improvisador. Desde Barcelona, donde vive hace más de 15 años, reanuda su historia con tres discos.
Casi veinte años transcurrieron antes de que Carlos Silva (1965) reapareciera en la música, al menos en su vínculo con el medio chileno. El entonces pianista, compositor y profesor de la Universidad de Chile se borró del mapa prácticamente de un día para otro. Como nombre propio, Silva ya tenía un estatus bien ganado en la escena. Con su trío de jazz contemporáneo publicó en 2004 el sólido disco «Cachivaches» y al año siguiente se instaló en la ciudad de Barcelona. Ha pasado un tiempo suficiente como para que ese niño de un año al que Silva dedicó la composición «Niko» haya crecido. Tanto, que hoy tiene 18 años y es jugador de fútbol a punto de pasar al primer equipo del Español, el club más pequeño de la ciudad, y al que cada cierto tiempo el Barça le arrebata jóvenes promesas.
“Mi hijo Nicolás nació en Chile pero se crió aquí. Mi segundo hijo nació en España. Mi mujer es catalana y yo ya soy medio catalán”, dice desde Barcelona, donde pilotea proyectos musicales simultáneos que está presentando ahora como si se tratara de la recuperación de todo un tiempo. Pero no. Desde 2005, cuando arribó a Barcelona, Silva es pianista del Institut del Teatre, donde se forman actores y bailarines. Trabaja en clases prácticas que se imparten a diversos elencos. “En el año 91 yo ya tocaba el piano en el Departamento de Danza de la Universidad de Chile. Creo que esto es lo que más me gusta hacer: acompañar con el piano danza y teatro. Aquí le llaman ‘danza para bailarines’ y ‘danza para actores’ ”, dice. “No soy académico, sino pianista. Así no más: pianista. Yo toco el piano, termino, cierro la tapa y me voy”, agrega.
En ese mismo espacio creativo se desarrolla una de las vías musicales que Silva está llevando adelante ahora en el formato discográfico, ese que parecía haber dejado en puntos suspensivos desde los tiempos de «Cachivaches». “Toda la música está compuesta por mí. Con profesores del Institut del Teatre hicimos una recapitulación y una selección de estas pequeñas obras funcionales para danza y así publiqué un disco”, dice.
Se refiere a «Ballet classic music I», que reúne un material estilístico pero a la vez autoral, basado en los períodos Clásico y Romántico, y que apuntan a nombres de movimientos y ejercicios escénicos. “Bach, Brahms, Bartok. Creo que todos estos compositores asoman por ahí cuando se trata de ballet. Cuando acompañas danza contemporánea te puedes basar en Steve Reich o Philip Glass”, explica.
El caos organizado
“Creo que hay que ser rebelde con causa. Hay que organizar las cosas de manera personal y no copiar. Nunca intenté copiar nada, más bien me quedaba con otras cosas de la música que escuchaba: la fuerza, la energía y la movilidad. Yo sentía que en Chile la música docta era imitativa y en la universidad no había posibilidades tan claras de elegir un camino. Me aburrí de mi trabajo en la Facultad de Artes y me fui de Chile ¿Por qué? Porque quise irme no más”, dice.
Silva es el mismo músico, o tal vez uno completamente distinto, al que se inició a los 16 años tocando el piano en boites y cabarets de Santiago, mientras estudiaba en el Pedagógico. “Acompañé a Buddy Richard en el Steak House, hice cancheos en el restorán Bali Hai. Pagaban bien. Más adelante descubrí la improvisación un día que iba por la avenida Macul y escuché algo que sonaba desde el interior del Club de Jazz en Ñuñoa. Era el saxofonista Pharoah Sanders, que fue músico de John Coltrane, haciendo una clínica de música improvisada. Me metí en el jazz y toqué en varios grupos, como Los Titulares (ver recuadro)”, cuenta.
Alejado de ello ahora, como compositor contemporáneo cuatro partituras suyas estarán en el disco «Suyai», donde comparte espacios con la compositora Carmen Aguilera. Las obras son interpretadas por Julio Torres.
“Busqué tomar los objetos de la composición y ponerlos en discusión para elaborar un discurso que tuviera una constante transformación”, dice. Sus composiciones «Interpiano», «Pianola», «Tres piezas para piano» y «Artefactos para piano preparado» se basan en variaciones sobre sus mismas ideas predecesoras. “Desde que comienza una, los siguientes diez segundos son una variación de ella. Y luego una variación de la variación de la variación”, explica. En cambio, en el tercero de los álbumes que Silva está poniendo en circulación se aprecia una libertad musical en el más puro de los estados y en varios sentidos. «PRetextoS» es improvisación libre y pura. Se grabó con las herramientas de la era pandémica, vale decir por vías telemáticas y a gran distancia. Un músico en Barcelona y otro en Santiago.
–¿En qué consiste ese trabajo?
«Quise experimentar en otros espacios. Yo ni siquiera toco el piano. Lo toca Leo Cáceres, que ni siquiera tiene alguna instrucción mínima como pianista. Eso me dio la posibilidad de explorar otros espacios de la música, no caer en los estereotipos y lograr una improvisación realmente plena».
–¿Y qué instrumento tocas tú entonces?
«Varios: flauta dulce de madera, tarka, miniarpa de Guinea, flauta de scout y monocorde, que es una especie de arco para tirar flechas con una sola cuerda. Las piezas duran 50 segundos porque quería atomizar el discurso lo más posible. Y cada una es un cuadro de una historia que creamos Leo y yo: un hombre chileno que está viendo un partido de Ñublense. Como gana su equipo se va para la casa, borracho de tanto celebrar. Se fuma un pito y se pone a conversar con un tábano. De ahí nació todo. Así no más».
LOS TITULARES CON CUTURRUFO, 20 AÑOS DESPUÉS.
Contiene música dedicada a grandes nombres de la cul- tura popular: el baterista de jazz Art Blakey («Bleiqui»), el astro del cine de acción Charles Bronson («Bronson»), el púgil nacional Martín Vargas («PMP, pega Martín pega»), el monarca de la cumbia chilena Tommy Rey («Tommy el rey!!») y el revolucionario saxofonista Charlie Parker («Perseguidor»). El disco «Perseguidor» es el trabajo jazzístico más clásico de Los Titulares, el antiguo grupo del baterista Pancho Molina.
“Ese era todo un folclor urbano que vivimos en los tiempos en que nos criamos, en plena dictadura y con la televisión para ver «Kung Fu» en las tardes. Éramos unos pendejos tratando de salir a la superficie”, señala en retrospectiva Carlos Silva, a la derecha en esta imagen tomada por el periodista Iñigo Díaz en Balmaceda 1215, antes de que el cuarteto se trasladara a la Escuela Mo- derna de Música, donde en 2001 se grabó el disco. Además de Silva y Molina, aparecen el contrabajista Rodrigo Galarce y el fallecido trompetista Cristián Cutu- rrufo, de entonces 28 años. Se encontraba en uno de sus períodos más espléndidos como solista, cuando grabó su trilogía jazzística: «Puro jazz» (2000), «Latin jazz» (2002) y «Recién salido del horno» (2003).
“El Cutu siempre fue un músico de cancha, muy pillo, muy listo. Sabía exactamente lo que querías y te lo hermoseaba a la primera. También sabía perfectamente lo que quería el público”, dice Silva. El disco «Perseguidor» está cumpliendo 20 años, y en memoria del legado de Cuturrufo se puede escuchar por primera vez en las plataformas de streaming.