

El proyecto autorial de la escritora francesa ha emergido para posicionarse como una de las voces más penetrantes de las últimas décadas.
Por_ Nicolás Poblete Pardo
La francesa Annie Ernaux (1940) vive un momento de mucha actividad editorial, gracias a la traducción de sus narraciones a distintos idiomas y a los premios que han impulsado esta energía. La editorial Tusquets se está haciendo cargo de editar una serie de títulos traducidos al castellano para, de esta manera, ofrecer al público una obra única, que ya ha transformado a Ernaux en una voz superior de la escena literaria actual.
Las cuatro publicaciones de las que disponemos en castellano dan una representativa idea de su particular estilo, que mezcla confesión autobiográfica y reflexión ensayística. En todas ellas vemos el sello de Ernaux, que juega con sus materiales de trabajo para producir una aleación en la que la domesticidad alcanza niveles de iluminación existencial. Se trata de episodios muchas veces mundanos, con los que muchos nos podemos identificar y, quizá por eso mismo, llegan como verdades imposibles de ignorar.
Tratado de las pasiones
«Pura pasión» es la historia de un affaire y comienza con una petición: suspender “el juicio moral”. Detrás de esta historia aparentemente simple, lo que Ernaux hace es dar rienda suelta a abstracciones respecto al tiempo y la escritura que, asimismo, nos hablan de un contexto histórico real y complejo. Retrocediendo veinte años, Annie comenta: “Buscaba la diferencia entre aquella realidad pasada y una ficción”.
Esta realidad pasada constituye un verdadero duelo que la hace transitar por un sinfín de emociones a medida que ejercita una coherencia entre sus percepciones y el acto creativo: “De aquel texto vivo, éste tan solo es el residuo, la débil huella”. Es la escritura, con sus limitaciones y reducciones, la que, sin embargo, le permite dar cuenta de su experiencia. Hacia el final, el duelo parece haber tomado la forma de la conciencia, quizá un tipo de resignación: “Cuando empiece a escribir este texto a máquina, cuando se me aparezca en letras de molde, mi inocencia se habrá terminado”.
La voz plantea la pregunta sobre la posibilidad de convertir las emociones a través de la escritura; sobre cómo opera la traducción de las sensaciones en su trayecto hacia las palabras, para conseguir el tejido iconográfico que va conformando un cuerpo textual, que se plantea así: “No quiero explicar mi pasión […] sino sencillamente exponerla”. Vivir versus escribir, el abismo entre estas dimensiones, es el proyecto detrás de esta historia de pasiones.
Eventos que marcan una vida
«El acontecimiento» es el relato de un evento durísimo en la vida de una mujer: el aborto. Se trata de una historia conmovedora, trágica, reveladora y profundamente humana. En ella, Ernaux hace uso de distintos niveles narrativos y temporales, traspasados por un tono que mezcla desenfado y recatada nostalgia. Leemos: “El hecho de que la forma en la que yo viví la experiencia del aborto, la clandestinidad, forme parte del pasado no me parece un motivo válido para que se siga ocultando”. A lo largo de su relato Ernaux va posando su ojo, con deslumbrantes observaciones, en la estratificación social y en las sutiles jerarquías de clase que conviven en la sociedad francesa de la década de los ‘60. Los prejuicios, el arribismo, el resentimiento y la ambición social son finamente denunciados por la voz narrativa. Especialmente tensa es la descripción que hace de la abortista, una figura única en su periférico rol social, queostenta un poder subterráneo: “Lo hacía por dinero, naturalmente, pero quizá también por un deseo de ser útil a las mujeres. O tal vez por la satisfacción secreta de detentar en su apartamento del pasaje Cadinet el mismo poder que los médicos que apenas la saludaban”.
El drama personal versus la actualidad, es otra preocupación de la narración. La voz lleva a cabo un exorcismo: “Mientras escribo, debo resistirme en ocasiones al lirismo de la cólera o del dolor. No quiero hacer en este texto lo que no hice, o hice tan pocas veces, durante aquel momento de mi vida, gritar y llorar”.
Estas publicaciones disponibles en castellano dan una idea de su particular estilo, que mezcla confesión autobigráfica y reflexión ensayística. Todas reflejan su sello, que juega con sus materiales de trabajo para producir una aleación en la que la domesticidad alcanza niveles de iluminación existencial.
Una emoción ingrata
En «La vergüenza», Annie se pregunta por la escritura como (in)válido instrumento para plasmar la experiencia. En esta narración se explora la fragilidad de la intimidad a partir de un hecho de violencia intrafamiliar que marca la vida de una chica de doce años. Las primeras páginas nos comparten el acto de violencia, de manera retrospectiva, cuando la voz narrativa ya la ha aceptado como material, y nos lleva a la mujer adulta reflexionando en torno a esta confesión frente a la sociedad, frente a otros hombres.
La peculiar e ineludible relación que uno tiene como miembro de un trasfondo histórico es otro de los focos de denuncia que Ernaux disecciona. Ese desfase entre lo que nos ocurre en nuestras vidas privadas y el registro histórico-social (sociopolítico) es apuntado: “La mujer que soy en 1995 es incapaz de penetrar en aquella niña de 1952 que lo único que conocía era su pequeña ciudad, su familia y su colegio, y que sólo tenía a su disposición un léxico muy reducido. Y, ante ella, la inmensidad del tiempo por vivir. No existe una auténtica memoria de uno mismo”. Con su característico sello reflexivo e indagatorio respecto al misterio de la escritura, la autora se posiciona en la tradición literaria. Recordando a Marcel Proust, dialoga con las nociones de memoria e historia. Proust, dice ella, sostiene que “nuestra memoria se encuentra fuera de nosotros, en una ráfaga de lluvia o en el olor de la primera fogata del otoño…”. E interviene: “La memoria no me aporta ninguna prueba de mi permanencia o de mi identidad. Al contrario, me hace sentir y me confirma mi fragmentación e historicidad”.
En «La vergüenza», la voz autorial camina paralela a su propio, ineludible descubrimiento narrativo: “Por mucha vergüenza que pueda producirme el escribir un libro, nunca estará a la altura de la que experimenté cuando tenía doce años”.
Los lugares que habitamos
En «El lugar» Ernaux toma otro episodio autobiográfico para realizar una íntima, reveladora exploración sobre la compleja, multifacética noción de “lugar”. ¿Cuál es nuestro lugar en el mundo? ¿Existe tal cosa como un lugar determinado? ¿Cómo cambia nuestra percepción de los lugares (físicos, sociales) que hemos habitado, a medida que envejecemos? Estas preguntas se precipitan con la historia de esta novela. En ella, la protagonista, que circula a finales de la década de los 60, ejecuta un cambio de lugar al superar el examen de capacitación en un liceo de Lyon como aspirante a profesora. El contraste de este ascenso social se refleja en la interacción con el padre, quien representa el pasado rural.
Así, la emprendedora narradora provoca las comparaciones entre aquel pasado y la observación social de la urbe capitalina como ideal burgués. Nuevamente vemos la pericia con la que Annie encapsula los prejuicios de la atmósfera: los ojos vigilantes y controladores siempre están ahí, con su permanente protocolo: el qué dirán es omnipresente. La narración es honesta en reconocer que la escritura ocurre sin alegría. Sin embargo, son las palabras las que le permiten nombrar los límites y las tonalidades de los lugares que habitamos. Estas frases, dice, describen “el color del mundo donde vivió mi padre, donde viví yo también. Y no tomábamos jamás una palabra por otra”.
El lugar es una reflexiva elaboración respecto al tiempo, que la autora describe con inspiración poética: “La distancia que separa el pasado del presente quizá se mida por la luz esparcida por el suelo entre las sombras, deslizándose por los rostros, acentuando los pliegues de una falda, por la claridad crepuscular, sea cual sea la hora de la exposición, de una foto en blanco y negro”.