

Compuesta por metafóricas instalaciones, películas, fotografías y obras diversas, esta retrospectiva estará hasta el 16 de marzo de 2020 en el Centro Pompidou, París. Titulada «Faire son temps» (Hacer su tiempo), se plantea como una meditación sobre la vida y su devenir, profundizando en la obra de uno de los artistas más importantes de las últimas décadas. Uno a quien nuestro país inspiró un trabajo que ya ha replicado en diversas otras naciones, según cuenta en esta entrevista con «La Panera».
Por_ Marilú Ortiz de Rozas
Para Christian Boltanski (París, 1944) el arte debe ser universal y colectivo, aunque siempre hable del propio artista, como en su caso: “Por eso, me gustaría que el creador tuviera un espejo en vez de rostro, para que cuando el otro, el espectador, mire esa obra, se vea a sí mismo. Siempre cuento que cuando fui a exponer a Japón, sus habitantes se reconocieron tanto en mi trabajo que dijeron que yo debía tener un abuelo nipón. Y me encantaría que me pasara eso en todas partes: cada persona debe sentirse interpretada en la obra de un artista”, expresa este connotado creador francés desde el Centro Georges Pompidou, donde afina los últimos detalles del montaje de su retrospectiva «Faire son temps».
El título, que significa “Hacer su tiempo”, desde ya invita a diversas lecturas, y tanto el artista como Bernard Blistène, su curador, dejan al espectador su propia interpretación, a sabiendas que toda la obra de Boltanski habla sobre lo que queda de una persona tras la muerte, en esa misteriosa etapa que comienza luego de que a un ser se le acabó su tiempo. O, en palabras del curador, su trabajo es una continua exploración “de la frontera entre presencia y ausencia”.

«El álbum de fotografías de la familia D. entre 1939 y 1964», 1971, impresiones en blanco y negro enmarcadas en fierro blanco; 22,5 × 31 × 4 cm (cada marco); 220 × 450 × 4 cm (el conjunto). © Musée d’art moderne et contemporain de Saint-Étienne Métropole Foto © Yves Bresson © Adagp, Paris, 2019
Se trata de una muestra cuya extensión supera los dos mil metros cuadrados, con obras muy antiguas y otras recientes. “Hay un cuadro que data de 1957, lo pinté a los trece años”, cuenta Boltanski, quien, de hecho, es un artista autodidacta empeñado desde muy joven en crear una mitología personal, y que leyó a conciencia a Claude Lévi-Strauss (antropólogo, filósofo y etnólogo francés, considerado el fundador de la antropología estructural). Mas, es su sensibilidad la que hace la diferencia, y aunque ríe mucho cuando habla, muchas veces se le humedecen los ojos cuando aborda los temas que lo emocionan, pese a que constantemente debe repetir sus historias para la prensa del mundo entero…
Conceptualmente, la exposición se plantea como un trayecto: comienza por una obra lumínica en la que se lee la palabra “Départ” (partida) y termina en otra que dice “Arrivée” (llegada), aunque puede recorrerse en varios sentidos.
“Espero que ésta no sea la última retrospectiva –expresa, siempre bromeando con su encuentro con La Parca–, y en realidad no es la única que circula en este momento. En Tokio, actualmente hay una exposición igual de grande, e hicimos una en Shangai el año pasado, bastante mayor aún. Ahora, para mí, ésta es la más importante porque se lleva a cabo en mi ciudad, en París”. Sin embargo, no olvida que en el Centro Pompidou ya le dedicaron una muestra de carácter retrospectivo, en 1984, lo que era un honor inconmensurable para un artista de entonces apenas cuarenta años. “Lo que me interesaba ahora era hacer una exposición cuya principal característica fuera que, si bien se forma de muchas piezas, particularmente diversas, el conjunto constituya una sola obra. Y quiero que el espectador no se sienta ante una obra, sino inmerso en ella, perdido en ella, algo como lo que ya se dio en la exposición que hicimos en el Museo de Bellas Artes de Santiago, en 2014”, agrega, precisando que hay algunas piezas en París que ya se exhibieron en Santiago, pero el montaje es diferente.

«Teatro de sombras», 1984-1997. Obra en tres dimensiones, instalación con luces, proyección de veinte figuras de cartón en muros, ventiladores, plataforma. Dimensiones variables. Foto © André Morain © Adagp, Paris, 2019
Arte efímero
Para «Faire son temps», Boltanski cuenta que trabajó mucho en la escenografía con el fin de lograr efectos interesantes, y como contó con muchos ayudantes y medios, hasta pudieron construir muros, dando rienda suelta a su creatividad. «Ha sido muy grato», reafirma.
–¿El teatro ha jugado un papel importante en su obra?
“Ciertamente, pero yo creo en un teatro sin palabras. Pina Baush y Tadeusz Kantor son quienes fueron importantes en mi vida. Lo que me gusta del teatro es que es un arte efímero, y mis exhibiciones son así. Los que las ven, las ven; los que no, no. Uno puede contar una exposición, como la de Santiago, pero no puede vivirla si no fue. Son siempre muestras parecidas, pero lo que cambia es la puesta en escena, y eso claramente viene del teatro”.
–¿Lleva al Pompidou su obra «Animitas», que hizo en Chile? (Ésta consiste en una instalación creada en Talabre, en los faldeos del volcán Lascar, a unos sesenta km. de San Pedro de Atacama, donde unas campanitas prendidas en tallos de metal tintinean al viento, rindiendo homenaje a las personas fallecidas en esos lares).
“Claro, pero lo que mostramos en Chile de esa obra tan mágica fue una transmisión con web cam. Lo que exhibiremos en París es la película que hicimos, que ya mostramos en Venecia también”.
–¿Consiguió usted su objetivo de crear un mito en ese lugar, a pesar de que casi no queda nada de la obra original?
“Justamente, muchas personas que han ido hasta Talabre me dicen que ya casi no quedan campanitas, pues la arena se las llevó o la gente las cogió; pero todos saben que allí existió «Animitas» y esa era mi meta. Lo mismo ocurre con «Misterios», que llevé a cabo en la Patagonia argentina y que también presento en el Centro Pompidou: es probable que el viento ya haya arrancado esas trompetas que plantamos frente al mar, en esa perdida bahía”. (Esas trompetas inmensas, creadas en conjunto con un ingeniero acústico, suenan muy parecido al canto de las ballenas cuando sopla el viento en ellas). Permanece la historia y el registro en fotos y videos, testimoniando que eso existió. Muchos de mis trabajos que se han destruido quedan efectivamente como mitos, o como piezas que pueden recrearse”.

«Départ», 2015, ampolletas rojas, cables eléctricos negros, 185 x 283 cm. Cortesía Christian Boltanski y Galerie Marian Goodman. Foto © Rebecca Fanuele © Adagp, Paris, 2019.
–De hecho, usted ha replicado varias otras «Animitas»…
“En efecto, hoy hay cuatro «Animitas»: la primera, en Chile, que creamos en 2014; la segunda en Quebec, la tercera en el Mar Muerto y la última, que es un poco diferente, la llevé a cabo en ‘mi’ isla, en Japón, Teshima. (En esta ínsula, que depende de una fundación, cerca de Naoshima, actualmente conocida como ‘la isla del arte’, se alberga un trabajo muy singular de Boltanski, que consiste en registros de latidos de corazón de miles de personas, los que graba desde 2008 en diversos países). Si bien la versión de Teshima para «Animitas» también incluye campanitas, esta obra funciona al revés de las otras, pues se va incrementando constantemente. Es como un sitio de peregrinaje, en el cual uno puede comprar una campanita y colocarla en honor de alguien que ha fallecido en una colina de esta isla que me fascina”.
–Se ha dicho que esta exposición ha sido concebida como una meditación en torno a la preservación del ser, ¿está usted de acuerdo con esta interpretación?
“En realidad, todo mi trabajo gira en torno a esto, a los lazos, porque es imposible preservar una vida. Lo que se despliega es el itinerario que ha seguido mi existencia, y mi afán de conservar lo que queda de una vida. La retrospectiva parte con una película muy violenta, que es «El hombre que tose», y termina con «Animitas», que es una obra, para mí, mucho más alegre y apacible”.
Un hombre de familia
Si alguna vez se sintió “hijo de Warhol y de Beuys”, hoy dice que como artista siempre tiene filiaciones y que en su generación quienes marcaban pauta eran, justamente, ellos dos, pero también estima que tiene abuelos e hijos. “Siempre se está en el interior de una familia”, sostiene. Otro autor al cual se ha referido es Marcel Proust, pues comparte sus grandes cuestionamientos, y su afán de universalidad, sin embargo, no es un nostálgico, como el escritor.
–En cuanto a su trayectoria, usted pasó rápidamente de exponer en galerías a la documenta de Kassel, ¿cómo se gestó este proceso?
“Los tiempos eran diferentes, si bien tuve la suerte de entrar muy joven a una galería muy importante, no vendí ni una sola obra antes de los 45 años. Nosotros rechazábamos el concepto de dinero; no nos interesaba. Hoy, si bien sigo con Goodman, casi no trabajo en galerías, sólo llevo a cabo proyectos, y en los más diversos puntos del planeta. En este momento tengo una gran cantidad pendientes, pronto voy a Moscú, y vengo llegando de China, donde estuve varios meses trabajando con latidos de corazones, y hay muchos proyectos más”.

«Las Miradas», 2011, vista de la exposición «Lifetime», Jerusalén.The Israël Museum, 2018. Archivos Christian Boltanski © The Israël Museum, Jérusalem Foto © Elie Posner © Adagp, Paris, 2019
–Usted ha dicho que el arte puede salvar de la locura, ¿lo piensa aún?
“Ciertamente, yo era alguien bien raro cuando joven, y el arte me salvó. Pero porque el arte te posibilita tomar distancia con tus problemas. Si eres desdichado, el arte te permite hablar de tu infelicidad, y al hacerlo, te liberas de ésta; por ejemplo, a Louise Bourgeois, el abordar sus problemas con su padre la redimió de esa pena. En mi caso, he mencionado que vengo de una familia patológica, y mi trauma se constituye evidentemente a partir de las historias que escuché de la Shoah (su padre era un médico judío de origen ruso; su madre, una católica de la isla de Córcega, y vivieron la Segunda Guerra en París. Su hermano Luc es un famoso sociólogo y su sobrino Christophe, un conocido periodista y escritor que ha reconstituido la historia de su tribu). Mi madre escondió a mi padre en un hueco en el entretecho de la casa durante buena parte de la guerra; nosotros vivíamos en torno a la Shoah”.
–Usted, que transformó ese trauma en poesía, también contó que en su familia no había álbumes de foto, ¿por eso crea «El álbum de fotografías de la familia D.»?
“Lo que hice fue tratar de darle un carácter universal a una obra que reconstituye en cierta forma la idea del álbum familiar, subrayando la noción del tiempo que pasa, y que sólo queda plasmado en esas viejas imágenes. Utilizando fotografías caseras, por su valor como registro, y poniendo a esta familia uno de los apellidos más comunes en Francia, Durand, lo que quería era dar a entender que ésta fuera lo más colectiva posible”.
–Otro de los temas que marcan sus últimos trabajos es el azar. ¿Qué representa para usted?
“Es finalmente una cuestión religiosa, porque, si uno es creyente y es atropellado por un auto, lo atribuye al destino; si no lo es, lo explica por el azar. No soy creyente, para mí todo es azar y eso es lo que transmito”.
–En cuanto a «Misterios», ¿su objetivo, al crear esta obra era comunicarse con las ballenas?
“En principio, para las poblaciones aborígenes, las ballenas conocen los secretos de los comienzos de los tiempos. Por eso, lo que yo quería era que ellas me contaran eso. Lo que me interesaba era hacer a las ballenas algunas preguntas de tipo existencial, como ‘¿de dónde venimos?’ , ‘¿para dónde vamos?’”.
–¿Y qué le contestaron las ballenas?
“Ellas aún no me responden”.