

Acaba de estrenarse el documental dirigido por Sebastián Moreno Mardones (Productora Películas del Pez) que aborda la vida y obra del connotado fotógrafo chileno fallecido en 2012. Presenta un maravilloso recorrido por las singulares imágenes de Larraín, adentrándose en los misterios de su creación y de su búsqueda espiritual, contando con testimonios de sus familiares, colegas y amigos cercanos.
Por_ Marilú Ortiz de Rozas

Larraín terminó sus días en Tulahuén, un pueblo cerca de Ovalle, donde crió a su segundo hijo. En la foto, su dormitorio. Crédito: © Sebastián Moreno Mardones
Sergio Larraín Echeñique (1931) declaraba que lo más importante de su fotografía se encontraba por lo general en lo que estaba fuera de cuadro o a punto de salir de éste; en los límites, que explora con maestría. “Como en su propia vida, él estuvo siempre en fuga”, comenta el cineasta Sebastián Moreno Mardones (1972), cuyo primer documental, «La ciudad de los fotógrafos» (2006), abordó la épica práctica de este oficio en tiempos del gobierno militar y ahora vuelve a la carga con una película sobre el más emblemático de los fotógrafos chilenos: el que Cartier-Bresson llevó a la agencia Magnum, el que hizo de Valparaíso una quimera para los fotógrafos del mundo entero, el que plasmó escenas inolvidables de la mafia siciliana, del matrimonio del Sha de Irán, de Londres y Perú, de los niños de las calles, y más.
Paradójicamente, «El instante Eterno» adopta la fórmula de su protagonista: aborda la historia por omisiones. Profunda y estética, intimista y respetuosa, la película aspira a un cierto tono internacional, pero es muy chilena en su concepción y tratamiento narrativo. “El documental se basa en gran cantidad de ‘no dichos’; hay hechos importantes de la vida de Larraín que no se abordan directa o totalmente, sino por alusiones. El espectador termina adivinando, pues ‘a buen entendedor, pocas palabras’. Es una película muy donosiana”, explica con humor Sebastián Moreno. Se refiere a José Donoso (concuñado del fotógrafo) y los “tupidos velos” que recubren los relatos que deben quedar en la familia. A esa ropa sucia que se lava en casa, pero que en este caso sirven para entender mejor la fractura del personaje y la repercusión de ésta en su obra. Como los conflictos del artista con su padre (el conocido arquitecto y coleccionista Sergio Larraín García Moreno) y con el medio del cual provenía. “Sostuve conversaciones con parientes que preferí no incluir para dejar este antagonismo con el padre en un umbral más arquetípico, en cual muchos puedan reconocerse. Lo triste es que Larraín repitió el molde con su hijo”.

«Capo Mafia», 1959, Caltanissetta, Sicilia Crédito: © Sergio Larraín / Magnum Photos
Una vasta retrospectiva de la obra de Larraín fue expuesta al año de su muerte en el Festival de Fotografía de Arles, en 2013, que luego itineró por diversos países con gran éxito. Él, en vida, ya no quería mostrarse.
Por otra parte, para su autor, este documental fue un proyecto familiar, ya que trabaja en la productora con su esposa, Claudia Barril, y les tomó seis años concretarlo. Sebastián Moreno estudió comunicación audiovisual en la Escuela de Arte y Comunicación (ARCOS) y prosiguió su formación en la Escuela de Cine y TV de San Antonio de los Baños, en Cuba.
–¿Por qué se interesó en la obra de Sergio Larraín?
“Él siempre fue un referente, un fotógrafo chileno que había que conocer, como Antonio Quintana, Domingo Ulloa o Julia Toro. Mi padre, José “Pepe” Moreno, también es fotógrafo y además fue director del Archivo y laboratorio fotográfico de la Universidad de Chile (años 70 y 80). Yo pasaba las tardes con él en el laboratorio, recuerdo que eran unas dependencias inmensas que con el tiempo fueron achicando. Y ahí conocí las primeras imágenes de Larraín. Luego apareció su libro «Valparaíso».
Existía también mucho misterio en torno a su retiro en vida, se sabía que estaba residiendo cerca de Ovalle. Mi padre tenía cómo ubicarlo, porque tenían una amiga en común…”.

Sebastián Moreno confiesa que tras realizar este documental a él mismo se le gatilló el interés por retomar la fotografía análoga, con la que creció.
Crédito: Gentileza Películas del Pez
–¿No intentó contactarlo en ese momento?
“No, porque sabía que él no quería ser entrevistado. Al único que recibió durante sus años en Tulahuén fue al francés Patrick Zachmann, y lo aceptó porque venía de Magnum. Él llegó sin avisar, y prácticamente negociaron en la puerta de su casa. Por suerte, Zachmann lo logró, porque no hay otros registros allí. Su hija Gregoria hizo una grabación muy breve, que incluí al final de la película, pero lo interesante del documental de Zachmann es que Larraín le transmite su manifiesto fotográfico: le habla del ‘satori’ o ‘iluminación’ que busca en la obra de su etapa final, de que los bordes son el punto más fuerte de sus encuadres…
Pero la pregunta de qué le pasó a Larraín comenzó a crecer cuando empezaron a aparecer textos escritos por él donde aborda su espiritualidad, y tras su muerte, la curiosidad se exacerbó, ya que esta historia no estaba escrita en ninguna parte. No había tampoco películas sobre este fotógrafo que hacía imágenes extravagantes, pero que funcionaban. ¿Por qué abandonar ese talento y renegar de esa perfección?”.

Pruebas de contacto: aportan una información muy importante respecto a la aproximación de Larraín a la escena que va a plasmar y en el documental se recurre mucho a ellas.
Crédito: Gentileza Películas del Pez
Una obra intuitiva
–¿Luego de conocer mejor al artista, lograron comprenderlo?
“Tras la investigación, luego de conversar con su círculo más cercano, que es un valor de este documental, sí pudimos entender sus decisiones. Fue un camino largo porque al comienzo su familia no quería hablar; sus amigos tampoco, y Magnum era prácticamente inaccesible. Pero, con Magnum logramos concretar un contrato para poder mostrar sus fotos. Pudimos abrir todas estas puertas.
Financiamos la producción tras adjudicarnos diversos fondos, lo que nos permitió viajar a Francia (donde entrevistaron también a Josef Koudelka, leyenda del rubro), a Nueva York, y a un maravilloso pueblo de Sicilia que fue definitorio en la trayectoria profesional de Sergio Larraín, entre otros”.
–¿Cuáles son los principales descubrimientos acaecidos durante la investigación?
“Tal vez lo más importante fue confirmar, tras conocer las imágenes que realiza a los 19 años, que ya era un fotógrafo hecho y derecho, mucho antes de su consagración en Magnum. Los encuadres, el manejo metafórico de los retratos, ya eran suyos. Su obra es esencialmente intuitiva, y la va afinando con el tiempo. Esas fotos primeras fueron realizadas durante el viaje familiar organizado tras la muerte de su hermano menor, una tragedia que lo dejó a él solo en la cancha. Tenía tres hermanas, pero él sería el único hombre de la descendencia Larraín Echeñique”.

«Valparaíso, Bar Los siete espejos», 1963. Crédito: © Sergio Larraín / Magnum Photos
–Algunos opinan que los “satori”, esas fotos que plasman instantes de iluminación al final de su vida, no tienen el mismo valor artístico que su trabajo anterior. ¿Qué piensa usted?
“Para mí, su valor es enorme, él llegó a éstos tras una depuración espiritual que le tomó toda la vida, y son imágenes de un refinamiento y una potencia extraordinarios. Son diamantes desconocidos. Sólo pudo realizarlos tras renunciar a todo”.
–¿No es eso lo que le critica Koudelka en su película?
“Lo que Koudelka le reclama es que nos privó de su talento, porque Larraín paró de un día para otro. Estaba en su mejor momento, y dejó de viajar. Koudelka protesta con mucha autoridad, porque él, a su edad, sigue recorriendo el mundo, plasmándolo; sin casa siquiera, como un fotógrafo vagabundo. Su crítica tiene que ver con el artista inconcluso que ve en Larraín”.