


ERNEST HEMINGWAY «En nuestro tiempo» Lumen, Argentina, 2018. 188 páginas.
«En nuestro tiempo», de Ernest Hemingway (1899-1961), recopila los primeros cuentos del estadounidense, publicados a sus 26 años. «Vida Viuda», de Armando Uribe (1933), es la continuación de «Memorias para Cecilia», que escribió impulsado por su esposa. El primero, Hemingway, es un joven comenzando a escribir con toda la vida por delante. El segundo, un viejo escritor repasando sus últimas ideas. No tienen, realmente, nada en común más allá de tomarlos al azar entre la pila de libros sobre mi escritorio. Eso sí, ambos valen la pena. Y fuman. Hemingway gozó del talante de un semental. Fue un modelo “heroico” de la sociedad estadounidense. Prototipo de virilidad, fuerza y coraje, es soldado, cazador y pescador siempre en busca de la presa más grande. Es un duro escribiendo, y cómo no, si se formó como corresponsal de guerra. Allí pulió su carácter temerario, pero fue muy criticado por su lado misógino. Uribe, en cambio, vivió parte de su vida en el exilio, al margen de hazañas heroicas relacionadas con su físico. Nunca dejó de amar, incluso de adorar, a su mujer.
La fuerza del diálogo El mítico y fornido Hemingway fumaba y tomaba frente a su máquina de escribir. Esto es también un mito. Prefería el lápiz al teclado: “Escribir primero a mano te da un tercio más de posibilidades de mejora”. De acuerdo. Pasar los manuscritos en limpio abre infinitas posibilidades. Leí a Hemingway por primera vez en Estados Unidos, a los veinte años. El profesor de literatura inglesa no me tenía gran estima y terminé abandonando el curso; cada paper que entregaba lo hacía pedazos hasta que hizo pedazos mi voluntad. De todos modos, algo aprendí. No del profesor, sino de las lecturas de Hemingway. Me fasciné con sus diálogos. Eran los mejores, los más verdaderos y los que lograban, con un mínimo de palabras, la máxima emoción.
Ya aparece la fuerza de sus diálogos en estos primeros cuentos. El de Nick (alter ego y protagonista de sus cuentos) con su padre en «Campamento indio» es sencillo, profundo; el realismo, bello y brutal a la vez. “¿Cuesta morir, papá?”, pregunta el niño. “No, creo que es bastante fácil, Nick. Todo depende”, contesta el padre, después de ayudar a una india a dar a luz y el marido se corta el cuello. Sí. Todo depende. Hemingway lidia con la muerte en todas sus dimensiones: en la guerra, sobre todo. Pero también en las corridas de toros, en la ley de la calle, donde acaban todos por igual. Como terminó él. Pegándose un tiro. Y, claro, la muerte del amor también es un tema. Especialmente conmovedor es «El fin de algo». Las mujeres incomodan a Hemingway. Una sola frase, después de diversas peticiones de la protagonista de «Gato bajo la lluvia», basta para percibir el trato que recibe: “¡Ay! Cállate y ponte a leer algo”, le ordena un exasperado marido. “Muñecos”, son las mujeres en la literatura de Hemingway, dijo la escritora Annie Proulx.Hay muchas cosas heroicas en su literatura, pero esta faceta, claro que la debilita.

ARMANDO URIBE «Vida Viuda» Lumen, Santiago, 2018. 339 páginas.
Un viejo criollo
Armando Uribe reconoce que le da más importancia a su poesía que a la prosa, pero ha escrito mucha más prosa que poesía. No es extraño que esta «Vida Viuda», publicada después de la muerte de su mujer, sea una mixtura de monólogos o soliloquios sobre diferentes aspectos de su persona, costumbres, hechos relevantes en su vida, Chile y el mundo. “Las consecuencias de esa muerte, en mi vida, son el motivo para escribir este libro”, señala al final del primer capítulo. Lo más grave que les ocurrió fue el golpe de Estado. Lo más importante, haberse casado con Cecilia. Entre esos dos ejes transcurre la existencia de este “criticón”, sociable, pesimista en cuanto a la historia de la humanidad: “nuestra época (…) es un preapocalipsis”. Es, sin embargo, un empedernido optimista en cuanto a la voluntad. Sincero, inteligente, da luces para entender la historia como “chileno de corazón”, no porque sea fanático del fútbol, sino porque es un “viejo criollo” que tiene una relación “entrañable” (aunque no le guste la palabra) con Chile; es “cosa de las entrañas”. Concluye que no ha logrado la máxima de conocerse a sí mismo. En cambio, sabe “lo que no es”. Eso es bastante.