

El Festival de Arte Contemporáneo SACO, realizado en Antofagasta, reunió en medio de un nutrido programa presencial y virtual, la obra de siete artistas del mundo en la muestra «Ahora o Nunca». Contra toda adversidad y de cara a la pandemia, el certamen promete transformarse en bienal a partir de este año. “Nos liberamos de la soga numérica y todo cambió”, dice Dagmara Wyskiel, su directora.
Por_ Alfredo López J. Fotos_ SACO
El cambio de fechas a raíz de las medidas sanitarias por la pandemia hizo lo suyo. Fue en el pasado mes de diciembre cuando el Festival de Arte Contemporáneo SACO atravesó uno de los momentos más complejos de su historia, que ya suma nueve ediciones. Una fecha en que, pese a la adversidad pandémica, se logró que la muestra «Ahora o nunca» desplegara la obra de siete artistas procedentes de diferentes partes del planeta, todo junto a exposiciones en lugares emblemáticos como San Pedro de Atacama, recorridos virtuales, coloquios, residencias de investigación y producción de obras, además de talleres presenciales y un programa de microcuradorías desde la marginalidad.

La artista italiana Marisa Merlin examinaba las relaciones cara a cara para indagar en temas de inclusión y solidaridad en «Open Circle».
Los artistas convocados a partir de un texto curatorial que afirmaba sus bases en los estudios de la luz y el espacio, tuvieron que mover las piezas de sus proyectos sin que eso interfiriera el mensaje central de sus obras. Lejos de la desesperación, finalmente siete montajes lograron dialogar en torno al tiempo, lo efímero y la velocidad de un planeta que nunca detiene su marcha.
Ese vértigo casi existencial es como una consigna para este Festival, una iniciativa independiente de la Corporación Cultural SACO, que –bajo la dirección de Dagmara Wyskiel y la producción de Christian Núñez– tiene como objetivo instaurar un núcleo permanente de reflexión, crítica y diálogo en un territorio marcado por la inexistencia de instituciones dedicadas a esos fines. Algo que toma mayor fuerza a la hora de establecer que desde la capital mundial de la minería del cobre se puede profundizar en «excavaciones no menos valiosas».
“Entre muchas actividades tuvimos ocho exposiciones. Cuatro de ellas lograron contacto presencial con el público”, explica Dagmara Wyskiel, quien es doctora de la Universidad de Arte de Cracovia.
Esta vez, desde el Sitio Cero del Puerto de Antofagasta, aparecieron diferentes reflexiones sobre el presente, como el caso de «Sand», de Kotoaki Asano, arquitecto, artista, diseñador y poeta japonés, quien logró el desplazamiento de las arenas de una playa de su país hasta la costa chilena.
Daniela Serna, artista visual colombiana, profesora de la Univer- sidad de Antioquia y máster en Literatura Comparada, trabajó desde el frente de las palabras y la deconstrucción de textos en «Correspon- dences». Con la misma prolijidad, la italiana Marisa Merlin examinaba las relaciones cara a cara para indagar en temas de inclusión y solidaridad en «Open Circle».
Desde el faro de la ciudad, el mexicano Ernesto Walker (quien además es director de arte del Tec de Monterrey, México) usó ondas radiales y tecnologías de las telecomunicaciones para el proyecto «Domes». Mientras que el músico y compositor suizo Remo Schnyder, profesor de la Universidad de las Artes de Zürich, montó un enorme instrumento de cuerdas que cobraba vida gracias al viento pacífico en «Somewhere, sometime».
Desde una mirada absolutamente inmersiva, la obra «Container City», del artista y escultor belga Simon Van Parys, ofrecía una aglomeración de contenedores y grúas similares a una ciudad que podían ser rediseñadas, incluso transformadas, por los visitantes.
Finalmente, Paula Castillo, artista chilena radicada en Nueva York, presentó «45 degrees», un conjunto de esculturas que al enfrentar la posición del sol con el Sitio Cero de Antofagasta, creaban un diálogo de luz y sombras que invitan al espectador a apreciar el movimiento de la luz, un fenómeno similar a lo efímero del tiempo en su flujo constante.
Diseñadora e iluminadora de escenografías para teatro, televisión y publicidad, Paula Castillo explica: “Hace mucho tiempo sentía las ganas de hacer una instalación que dialogara con el sol, sobre todo en el contexto del desierto. El desafío fue más grande por los cambios de fecha a raíz de la pandemia, lo cual hizo variar el proyecto, porque la idea era hablar del tiempo de acuerdo a los movimientos de luz, espe- cíficamente en un ángulo de 45 grados. El desafío fue la orientación y la alineación de las piezas expuestas en torno al norte geográfico”.
Para ella, el mensaje de la obra siempre estuvo muy ligado al texto curatorial de la convocatoria, donde se invitaba a vivir y a experimentar con el presente, el aquí y el ahora. “Desde esa posición, la propuesta fue enfrentar el movimiento del sol con lo efímero del tiempo, algo que se manifiesta a través de las sombras. La pieza lleva por nombre «45 degrees» como una manera de dejar en evidencia la simetría entre objeto y sombra. Algo que ocurre dos veces al día en esa fecha y lugar. De ese modo, la obra devela el movimiento constante del sol que, a su vez, se asimila al paso del tiempo”.

En «Correspondences», de la colombiana Daniela Serna, aparece la deconstrucción de textos como modus operandi.
Un futuro como bienal
De frente a la contingencia sanitaria, los siete artistas estuvieron diez días promedio en Antofagasta montando sus obras junto al equipo de producción del Festival. Una situación que pudo ser compleja y que para Dagmara Wyskiel nunca fue un estorbo para cumplir con la gran misión.
“Es nuestro deber entregar el arte a la comunidad. El contacto directo con el arte es vital para vivir humanamente. Con puros supermercados habrá un inimaginable retroceso intelectual y emocional en la sociedad. Por eso, nos resistimos a limitarnos a la sobrevivencia”, sostiene como un modo de agradecer también las alianzas que han logrado hasta la fecha. Una de ellas es con la Empresa Portuaria de Antofagasta, que permitió que SACO se desarrollara por primera vez en Sitio Cero: una explanada de más de 4 mil metros cuadrados ubicada junto al mar, en pleno centro de Antofagasta. Un espacio que tuvo el mismo propósito de las ediciones anteriores en el Muelle Histórico Melbourne Clark y que, actualmente, está en pleno proceso de remodelación. Todos esos lugares son parte de un eje espacial propicio para el desarrollo de las artes visuales en el norte chileno.
“Ese enorme vacío que ofrece el desierto es una experiencia sensorial y existencial muy profunda. Un entorno sin paredes que nos conecta mucho más con nosotros mismos”, dice Dagmara. Con más de veinte años en Chile y polaca de nacimiento, no deja de sorprenderse por la potencia del paisaje. “Aunque posiblemente mi ojo se está acostumbrando de tanto caminar por el desierto, siento su presencia fuerte. A nuestros artistas que son parte de SACO, por ejemplo, los llevamos a conocer Quillagua, el pueblo más árido del planeta, con una media de 34 grados de temperatura por día. Un lugar que, por sus características, es objeto de estudio de la Nasa”.
Ella es quien ha estado al frente de las nueve ediciones de SACO en formato de festival, un certamen que ha mantenido una programación firme desde 2012. “Ahora estamos pasando a un nuevo formato. Nos transformaremos en bienal. Este cambio no se debe a ambiciones de proyección exponencial, sino a otras razones. Por ejemplo, cada vez tenemos más programas de residencias de arte y ciencias, nos vinculamos con el Museo Arqueológico R.P. Gustavo Le Paige, en San Pedro de Atacama, un lugar que para mí es la meca chilena de la arqueología. Por otra parte, tenemos los cielos más limpios del mundo y aquí está Alma, el observatorio que según yo es el último paradero hacia el Más Allá, porque lo más moderno en tecnología para observar el espacio está ahí y, por lo mismo, también trabajamos junto al departamento de Astronomía de la Universidad de Antofagasta”.
Lejos de la soga numérica
La remodelación del Muelle Histórico Melbourne Clark, lugar donde tradicionalmente se han desarrollado cada una de las edicio- nes de SACO, obligó este año al cambio de casa. Si bien no se logró reunir a más de 40 mil personas como en años anteriores a raíz de la pandemia, el Sitio Cero del Puerto de Antofagasta se convirtió en un escenario de gran significado. Una planicie urbanizada en el mismo borde costero. Un lugar que parece no interferir con el movimiento constante de automóviles, camiones, personas y los barcos de gran calado que día a día, entran y salen de la rada. “En el futuro, como bienal, queremos conservar ambos lugares”, explica Dagmara Wyskiel (en la foto) y agrega que, junto a las Ruinas de Huanchaca, imagina un enorme eje expositivo en la zona. Y asegura que la crisis sanitaria tuvo sus beneficios. “Antes de ella estábamos atrapados en una dictadura numérica que nos exigía exitismo, algo que viene del mundo de la industria y que nos ha obligado a pensar todo en cifras, ahogándonos. Se nos demostró que las grandes cifras eran lo que importaba para asegurar continuidad.
Sin embargo, de un momento a otro, nos vimos de frente a talleres con no más de cinco personas, charlas para menos de diez. Recuperamos la esencia del contacto con el arte, algo que es íntimo e individual. La pandemia, paradójicamente, nos liberó de la soga de la masividad”.

Paula Castillo presentó «45 degrees», un conjunto de esculturas que al enfrentar
la posición del sol con el Sitio Cero de Antofagasta creaba un diálogo de luces y sombras.