

En medio de la incertidumbre que aumenta en el mundo debido a la crisis sanitaria, las creatividades de los músicos subsisten y prosperan. Desde España un cellista chileno militante de la música improvisada presenta dos discos en los que reflexiona sobre la obra construida en el aquí y el ahora: una metáfora de la idea de vivir el momento cada vez que sea posible.
Por_ Antonio Voland
En poco más de dos minutos de música, el guitarronero barnecheíno Manuel Sánchez –de entonces 30 años de edad– marcaba el rumbo de una melodía bella y especial, porque se iba a convertir en un instante clave en la historia del joven músico Matías Riquelme. A los 19 años llegó al estudio de grabación para tocar el cello en ese arreglo de «Pétalos», escrito por su padre, el baterista, percusionista y compositor Alejandro Riquelme.
La pieza formó parte de un proyecto de reconstitución de música anónima campesina, a la vez que una reobservación de esas raíces desde los tiempos modernos. El resultado fue el álbum «Al cielo daré mis quejas», publicado en 2003 (ver recuadro) y, a su vez, «Pétalos» terminaría siendo la primera vez en que el cello de Matías Riquelme se escuchó en un disco.
El músico tiene hoy 37 años, vive en España y cuenta con un zigzagueante recorrido en la música, desde que comenzó en el cello clásico y tocó en la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil, hasta que se sumergió en el jazz contemporáneo cuando vivía en París. Hoy es uno de los improvisadores chilenos más relevantes alrededor del mundo, aunque un nombre desconocido en nuestro país debido a que acumula quince años de vida en Europa y pocas veces ha regresado a Chile, casi nunca para tocar.
En plena crisis sanitaria mundial en un país donde la curva de contagios del coronavirus llegó a dispararse sin control, en la cuarentena que lleva adelante en Bilbao, en el País Vasco, asomado a la ventana para aplaudir a los trabajadores de la salud allí, siempre en compañía de su mujer de nacionalidad serbia, y de sus hijos, francés uno y español el otro, Matías Riquelme reflexiona sobre la Naturaleza y la música, que no se detienen.
“La Tierra está respirando un poco con la gente que se retira de los espacios. Aquí, por lo menos, el aire está más limpio. Es impresionante ver cómo los canales de Venecia son transparentes ahora y con peces. Creo que esta crisis nos tiene que llevar a una nueva forma de mirar el mundo, de relacionarnos entre nosotros y de cambiar desde adentro y hacia afuera”, dice Riquelme. El músico se mantiene en acción, y en este nuevo orden que se está gestando presenta dos nuevos trabajos.
Uno de ellos es la sesión de música improvisada a tres voces que exhibe el disco de título impronunciable: «Trillariquelmereviriego» (ver recuadro). Y otro es el álbum que más resonancia europea ha tenido de los cinco cinco con que cuenta su catálogo, puesto que fue publicado por el sello polaco de música experimental Sluchaj, editora que pone en circulación material de grandes improvisadores en Europa, como Evan Parker o Peter Evans.

«La trahison des mots» es una serie de improvisaciones ejecutadas a dúo por Riquelme en el cello y el saxofonista español Fernando Ulzión, con quien el chileno ha profundizado ampliamente en lo que se denomina creación en tiempo real. Juntos han grabado tres álbumes en España.
De un espacio a otro
Se titula «La trahison des mots», literal expresión en francés para decir «La traición de las palabras». Es una serie de improvisaciones ejecutadas a dúo por Riquelme en el cello y el saxofonista español Fernando Ulzión, con quien el chileno ha profundizado ampliamente en lo que se denomina creación en tiempo real. Juntos han grabado tres álbumes en España.
La obra contenida en este disco en especial está cargada de algo más que ideas respecto al sonido, narrativa musical y dinámicas de interacción. También se aprecia la volumétrica enormidad de un espacio que fue escenario para ese encuentro entre Riquelme y Ulzión. “Grabamos toda una tarde con cello eléctrico y saxo en una iglesia en Apodaka, pueblito vasco muy cerca de Vitoria, que estaba vacía porque ya nadie va a las iglesias”, cuenta el chileno. Durante esa jornada se registraron 40 piezas breves, lo que no resulta habitual dentro de la música improvisada.
«La trahison des mots», sobre todo, confronta los términos: pone a discutir la música con la palabra. “La obra de René Magritte me ha interesado desde hace mucho tiempo. En especial la serie de pinturas de la cual la obra más conocida es la de la pipa. Magritte decía ‘un objeto no le pertenece tanto a su nombre como para que no se le pueda poner otro que le quede mejor’. Entonces pinta una pipa con una leyenda que dice ‘Esto no es una pipa’. Eso nos lleva a una reflexión: la traición de las imágenes”, dice Riquelme. “Es exactamente lo que hicimos nosotros en «La trahison des mots»”.
En efecto, las trece piezas que incluye el disco llevan títulos de famosas canciones del repertorio standard estadounidense. Pero eso es sólo un espejismo, otra manera de “traicionar” la percepción. En el fondo no son más nombres, porque su contenido musical conduce a otros espacios de audición. Allí están «Prelude to a kiss» (Duke Ellington), «Speak low» (Kurt Weill), «Tenderly» (Walter Gross), «‘Round midnight» (Thelonious Monk) y «A foggy day» (George Gershwin), entre otras, clásicos de ese cancionero que en esta ocasión son destruidas por el dúo a través de las improvisaciones.
“Si te preparas para escuchar «A foggy day» te encuentras con cosas completamente diferentes a las que pensabas. Pero esa es una canción que se apropió de una idea tan natural como decir ‘un día brumoso’. Para nosotros esa improvisación representaba un día brumoso”, explica Riquelme.
–En mi caso, estuve listo para escuchar «In a silent way», de Joe Zawinul, en dúo de cello y saxofón pero me llevé una sorpresa.
«Claro, porque en una lógica propia esperas recibir la música que tu experiencia definió para ese título. En la serie «La clef des songes», Magritte jugaba con la mente de la gente a través de las imágenes y su representación: pinta un zapato y lo titula «La luna», a un sombrero le pone «La noche», a una maleta, «El cielo». Les arrebata el contexto porque las imágenes están encerradas en una cárcel. Musicalmente, ésta también es una liberación, pero a través de la improvisación. Para mí la música improvisada es como el punk en sus tiempos: una música independiente, poderosa, libre y combativa».
Tayül: músicas que toman riesgo
«Trillariquelmereviriego» y «Subitáneo / neotáneo» son discos de música improvisada que marcan el derrotero del nuevo sello discográfico Tayül (voz mapudungun que significa cantos rituales). El primero tiene a Matías Riquelme como parte de un trío; mientras que el segundo, al guitarrista Ramiro Molina en una serie junto al saxofonista argentino Luis Conde. Tayül busca editar a músicos latinoamericanos cuya creación sea totalmente arriesgada.
La primera edición de Tayül, realizada el año pasado, fue al mismo tiempo el rescate de un trabajo metafórico en varios sentidos. Publicado originalmente en 2003, «Al cielo daré mis quejas» es hasta aquí la única obra de Alejandro Riquelme, un músico de jazz y fusión activo desde los años 70 y padre de Matías Riquelme.
“En ese tiempo encontré varias canciones campesinas de la zona centro sur en cintas en el Archivo Sonoro de Música Tradicional (de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile). Había muchas versiones de Margot Loyola, Gabriel Pizarro, Héctor Pavez, gente que en su época hizo grabaciones en terreno, registros de campo de las cantoras. De ese conjunto de tonadas de autor anónimo elegí unas siete, además de una cueca y un canto a lo humano, para conformar un repertorio. Fueron arregladas con elementos más modernos de la música, readaptadas y su estructura algo alterada. Pero se respetó completamente el texto y la melodía”, cuenta en retrospectiva el propio Alejandro Riquelme.
«Al cielo daré mis quejas» aparece como ejercicio amplio de observación de un patrimonio musical desde la música de fusión. Allí se escuchan piezas desconocidas, como «Gancho de albahaca», «Al cielo daré mis quejas», «Los números» y «Ya me voy a separar», entre otras. “Lo que intenté fue tener una mirada de los tiempos modernos vaciando allí mi acervo musical. Esto hermana dos mundos: lo moderno y urbano, y la cosmovisión de los cantores campesinos, cuyos valores están sustentados en la Naturaleza”. El álbum cuenta con la voz principal de la cantora penquista Ema Millar rodeada por una paleta de sonido amplia, que cruza desde el folclor a la música docta y al jazz: guitarrón chileno, rabel, tormento, oboe, flauta traversa, cello, piano, bajo eléctrico y batería.
Foto portada: : Jeff Humbert