

… A los que parece estuviera dedicado algo de lo mejor del cine nacional de este año en que vivimos en peligro.
Por_ Vera-Meiggs
El cine chileno, a pesar de sus obvias dificultades, puede que llegue a recordar el 2020 con cierta nostalgia. Ha habido éxitos de taquilla, premios en festivales, buenas recepciones críticas y variada oferta. Algunas películas han dado mucho que hablar, aunque es poco probable que lo sigan haciendo por mucho tiempo y otras, que se han asomado discretamente en alguna plataforma, poseen el potencial que el tiempo termina afianzando. Como siempre, en esto el tiempo tendrá la razón, al menos por el tiempo que alguien sea capaz de contabilizar, que la eternidad no existe.
Uno que amaba jugar con el tiempo y que ya no celebra cumpleaños, aunque sigue en el recuerdo de todo cinéfilo, es Raúl Ruiz(1941-2011), de nuestros cineastas el que más tinta ha hecho correr en todo el mundo.
Y películas suyas se siguen estrenando, ya que dejó varias inconclusas. Este año fue el turno de «El tango del viudo y su espejo deformante», filmada en 1967 y terminada de montar en 2019, por obra y gracia de Valeria Sarmiento, su viuda, acompañada de un equipo de colaboradores especializados y muchos amigos, de los que Ruiz tenía batallones.
Curiosa película de indesmentible valor. Inició como un cortometraje que sería completado por otros dos cuentos basados en sendos poemas de Jorge Teillier y Enrique Lihn, ya que el título principal deriva de un famoso poema de Pablo Neruda, en el que el argumento se inspira algo lejanamente. El conjunto haría un largometraje de nombre «Perturbaciones». Pero las otras dos partes nunca se filmaron y los títulos que daría Ruiz a la prensa no coincidían con ningún poema de los autores aludidos. Sería el inminente proyecto de «Tres tristes tigres» el que terminaría dejando abandonado al anterior, aunque Ruiz acariciaría la idea de terminarlo hasta pocos años antes de su muerte.
El argumento parece sacado del género del terror. Un profesor viudo (Rubén Sotoconil) que vive con un sobrino (Luis Vilches) sufre por las persistentes apariciones de la difunta (Claudia Paz). Una pareja de amigos (Luis Alarcón y Delfina Guzmán) intentan distraerlo y le presentan una amiga (Shenda Román), esperando que ahí pase algo, pero el fantasma no afloja su presa hasta el inevitable final. Pero que no es el final de la película.
Lo más interesante de esta operación de salvataje de una obra inconclusa de Ruiz está en confirmar la precoz y profunda coherencia de estilo del cineasta, capaz de construir con poquísimos medios un mundo completo de delirio onírico, profundamente chileno y nutrido de humor. A los veinticinco años, Ruiz estaba maduro y claro en sus elecciones estéticas. A eso ayudaba también el gran talento de su director de fotografía y camarógrafo, el argentino Diego Bonacina, capaz de crear coreografías de movimiento con los actores tan acertadas como significativas. Una anodina escena de tango se transforma aquí en un divertido ir y venir de lo secundario opacando el supuesto rol central del protagonista, típica operación lúdica que Ruiz
hará crecer en su cine posterior.
También el reparto está entre lo más atractivo de la película, especialmente Rubén Sotoconil, notable actor que fue poco aprovechado por nuestro cine. En contraste, Shenda Román, que estaría maravillosa en «Tres tristes tigres», aparece aquí poco beneficiada por su rol de relleno.
El segmento final, en el que todo el relato se invierte, no logra añadir mucho a la primera mitad y es aquí donde el público es exigido en demasía. Puede que se haya querido jugar con el concepto del avance y retroceso del tango, con los juegos temporales frecuentes en Ruiz o una vuelta al origen, que sería la restauración de la propia película, segunda en la filmografía de su autor. Pero como juego queda encerrado en sí mismo y la película no parece iluminada con nuevas luces con la operación.
«El agente topo»
Maité Alberdi debiera, al menos, ganar el Oscar a la paciencia. Su obra anterior es la mejor muestra del arte de la espera y de la captura del momento preciso. Con su nuevo estreno, coherente en todo con los anteriores, alcanza otra cumbre digna de admiración.
En las antípodas de Ruiz, ella no pretende refundar el cine, ni experimentar con el lenguaje, ni explorar recónditos territorios existenciales. Lo suyo consiste en estar ahí cuando la verdad de las emociones sencillas se asoman al lenguaje corporal de sus personajes, todos rigurosamente reales.
Aquí nuevamente se instala en el mundo de los adultos mayores para descubrir en ellos algunas verdades simples y obvias, que por serlo necesitan nuevas maneras de ser refrendadas. Lo que cambia es la estrategia usada, es decir el dispositivo, aunque en cierto modo sea éste el resultado natural de una evolución lógica: acercarse a la cada vez más permeable frontera entre el documental y la ficción.
Un aviso en el diario busca hombres de más de ochenta años para trabajo serio. Ya ese punto de partida es un gancho de indudable atracción para cualquier relato debidamente construido como ficción. Pero Alberdi es documentalista y a poco andar eso queda en evidencia. Personajes y situaciones no pueden ser inventadas con tan sólido ropaje verídico. Todos los postulantes al trabajo son los que aspiran a protagonizar la película y sus entrevistas corresponden a las que requiere la productora del documental para elegir el rol del título. Esto enunciado así no deja ver el encanto que la secuencia contiene, llena de toques de humor y de gestos de asombro frente a un celular, misterioso instrumento de trabajo que la mayoría de los ancianos prefiere ignorar.
Pero si este comienzo es muy prometedor, la aventura que sigue logra estar a la altura del prólogo.
El protagonista debe introducirse en un hogar de ancianos en El Monte para descubrir los posibles abusos que sufre una de las ancianas recluidas. Debe informar al dueño de la agencia de detectives que lo ha contratado, usando el celular, en clave, enviar fotos y grabaciones hechas con anteojos especiales. Todo irá a la hija de la supuesta víctima, que desea iniciar acciones legales contra el hogar de ancianos. Las a veces cómicas aventuras al interior de la amplia casa, la galería de personajes femeninos y la sucesión de diálogos, más o menos improvisados, llenarán la “intriga”, que en realidad es sólo un pretexto para conocer por dentro un mundo de afectos a flor de piel, de fragilidades y temores profundamente humanos, de sutiles bellezas en el ocaso de sus posibilidades.
Entretenida, emocionante y prístina en sus intenciones, la película nunca se desvía al facilismo patético o a la crueldad insidiosa. Dignifica en todo momento a su material humano y lo envuelve en el cariño que sus parientes de la realidad parecen mezquinearle.
«El sabio de la tribu»
Ricardo Carrasco, ex alumno de Gastón Soublette, grabó durante nueve años algunos recorridos de su maestro tratando de descubrir algo de su sabiduría, más que de su erudición. Lo que obtiene es una fragmentada entrevista en la que Soublette, fascinante personaje, busca explicarse a través de varias anécdotas, que son sólo eso: anécdotas. Pero la suerte para Carrasco es que su protagonista une la fotogenia a la inteligencia, la amenidad a la cultura y la amplitud de temas a su locuacidad.
El del retrato es un subgénero del documental y su éxito depende de las cualidades del retratado. En este caso el desafío es ganancia total. Soublette es de esas personas a las que se puede escuchar por horas y siempre dirá algo interesante. La adecuada síntesis de todo eso es lo que hará que el retrato funcione, o no.
Algunos bellos momentos se agradecen, como aquel en que Soublette se sienta bajo un algarrobo milenario, lo que promete un desarrollo ascensional hacia nuevos momentos significativos. Pero esto sucede al comienzo de un recorrido cuyo punto culminante será un momento de oración arruinado por la voz en off del propio protagonista que busca explicarlo todo. Un silencio habría sido más elocuente para unir al espectador en una comunión interna con todo lo visto y explicado. De todos modos. el registro se agradece mucho y la visión que entrega de Gastón Soublette, con su parcialidad, es un buen aporte al conocimiento de un personaje excepcional.
Este año ha habido éxitos de taquilla, premios en festivales, buenas recepciones críticas y variadas ofertas. Algunas películas han dado mucho que hablar, aunque es poco probable que lo sigan haciendo por mucho tiempo, y otras, que se han asomado discretamente en alguna plataforma, poseen el potencial que el tiempo termina afianzando.