

Por_ Jessica Atal
Hace algunos días me reuní con un amigo, algo que no hacía hace muchísimo tiempo y quizás esto será lo más extraordinario que contaré en estas líneas. Porque en tiempos de pandemia y encierro, qué más valioso que verse, cruzar, traspasar fronteras. Y mirarse a los ojos. Sonreír. Escucharse. Hablar. Compartir. Conocer. Expresar y empatizar con ese otro, con esa otra diferente a ti.

LEEMAGE VIA AFP
No comencé escribiendo sobre literatura, pero esta introducción tendrá sentido más adelante. Volveré sobre ella. Por ahora sigo con mi pequeña historia. A este amigo, que podría llamarse Iván, le llamó la atención un libro sobre mi escritorio: «La fuente de la autoestima», de Toni Morrison. Me preguntó quién era. Le dije que una escritora estadounidense, nada menos que Premio Nobel de Literatura en 1993. ¿Sabes quiénes son las personas más influyentes en Estados Unidos?, preguntó a continuación. No.
No tengo idea, respondí. Las mujeres negras de alrededor de 50 años, afirmó Iván, señalando la fotografía en blanco y negro de Morrison que ocupaba prácticamente la portada completa del libro. No sé qué edad exacta habrá tenido cuando le tomaron esa fotografía. Pero ya no tiene ni 50 ni 70. Murió en 2019 y, según el cálculo de Siri (que ha pasado a ser una de mis mejores amigas y creo que no sólo mía), a los 88 años.
Toma como ejemplo a Kamala Harris, a Michelle Obama, continuó Iván. Por supuesto. Tienes toda la razón, comenté sorprendida. Para qué hablar de Oprah Winfrey, el sueño americano de las afroamericanas y acaso también de latinas y blancas. Volví a observar la fotografía. Era difícil determinar su edad. En su madurez, irradiaba juventud. Detrás de esos ojos que miraban a la cámara, detrás de su plácida sonrisa y sus gruesos labios, se evidenciaba un enorme carisma. Morrison obtuvo el Premio Nobel más allá de sus 50 años, a los 62 para ser precisa, pero considerando que la raza negra envejece mejor que la blanca, la teoría de Iván se aplicaba perfectamente. De acuerdo a su aspecto físico, Toni Morrison había sido una mujer influyente a los 50 años y, sin duda, mucho antes.
La Mejor Arma
¿Y quién es Toni Morrison? Su propio “discurso racial” a modo de presentación que solía entregar a los medios es el siguiente: “Tataranieta de africanos, tataranieta de esclavos; bisnieta de aparceros; nieta de inmigrantes; beneficiaria del sueño americano”. Fin de la historia. Capítulo aparte es que Morrison es una escritora nacida en Lorain, Ohio, con una vida forjada en el estudio, poseedora de un sólido pensamiento y una escritura magistral. Más aún, es una mujer valiente que luchó hasta el final contra el racismo y el desmantelamiento de un régimen de persecución, abuso, violencia y pobreza al que ha sido condenada la población afroamericana en Estados Unidos.
Su mejor arma, claro está, fue el lenguaje. La deconstrucción del lenguaje y también la deconstrucción de realidades que crea el lenguaje. La deconstrucción de tiempos. De espacios. Ella usa el lenguaje para crear conciencia. Una conciencia moral y cultural. De allí también su lucha por salvar el arte y la escritura: “Qué desapacible, invisible e insufrible resulta la existencia cuando se nos priva del arte. Es urgente proteger la vida y la obra de los escritores en situación de riesgo, pero además de esa urgencia debemos recordar que su ausencia, el enmohecimiento de la obra de un escritor, su cruel amputación, supone para nosotros un peligro igual de importante. El auxilio que les ofrecemos equivale a ser generosos con nosotros mismos”, escribe en la hermosa introducción a este grueso libro que reúne más de cuarenta ensayos y discursos –entre ellos, el de aceptación del Premio Nobel– en torno a la literatura y la raza. Dónde buscar el futuro de la humanidad, se pregunta Morrison. El arte, por cierto, ha sido el modo ancestral de explicar quiénes somos y qué sentido tenemos. “Mi fe en el arte, afirma, supera mi admiración por cualquier otro planteamiento”, pues invita a emprender un viaje, más allá de diferencias sociales, económicas, políticas. El arte permite no sólo conocer, sino empaparse de belleza y establecer un diálogo para entender qué significa ser “plenamente” humana/o.
Un Futuro del Tiempo
Uno de los más pedregosos trayectos del viaje, sobre todo para las mujeres, lo constituye la batalla por abolir la supremacía masculina y el machismo. Otras desviaciones para alcanzar lo plenamente humano tienen que ver con la estratificación de clases y políticas reaccionarias, mezquinas, raciales y altamente ofensivas. Vivimos en la Era del Espectáculo, dice Morrison. El espectáculo promete implicarnos en la realidad objetiva y, sin embargo, se organiza un simulacro de lo real, y éste llega a ser tan ajeno que no podemos más que estar profundamente distanciados de ello.
¿Acaso lo real tiene un tiempo determinado? ¿Tiene relación a un estado de conciencia, a un estado del alma, cualquiera sea su de- finición de ésta? Morrison cita a la escritora Toni Cade Bambara: “¿Estás segura, cariño, de que quieres encontrarte bien?”. Acaso, me pregunto, ¿nos acordamos de lo que significa estar bien? ¿Sabemos estar bien? Por otro lado, la pregunta de Cade asegu- ra la existencia de un futuro y, además, el empeño por tenerlo. Morrison no quiere vender un futuro esplendoroso. Al contrario. Si ha de haber una esperanza es porque se funda en la experiencia desgarradora de la colonización, del desplazamiento, de la persecución de raza y género. La literatura, como siempre, es testigo de las luces y las sombras del mundo. Pero la autora sí tiene fe en lo que el escritor estadounidense de novelas, cuentos y ensayos crítico y profesor de filosofía William Gass ha llamado las “hectáreas de edenes en nuestro interior”. Desde ese lugar atemporal dentro de cada una y cada uno, sí existe, afirma Morrison, un futuro del tiempo “Más largo que su pasado e infinitamente más acogedor… para la raza humana”.
Morrison no sólo atesora edenes en su interior, sino también una soberanía como escritora seducida por el significado original y necesario de un territorio propio, y no de un campo de refugia-dos, si bien entendió, desde el principio de su vida como escritora, la función celadora de la raza sobre un lenguaje que liberaba y, a la vez, oprimía. El ansia de libertad va precedida por la opresión. La cultura racializada no sólo existe, sino que prospera, advirtió Morrison. La cuestión es si la hacemos prosperar “como un virus o como una abundante cosecha de posibilidades”.
Es aquí donde se puede entender la importancia de verse, de encontrarse y ojalá de traspasar fronteras. De expresarse y empatizar con quien está más
allá de mí. A eso nos invita este fascinante libro de Toni Morrison, a través de la agudeza de su observación y la profundidad del análisis de temas que tocan en lo medular el sentido y el concepto de lo plenamente humano.