

En una antigua cúpula de acero que en sus tiempos fue la maestranza del Ferrocarril Antofagasta-Bolivia, Colchagua acoge al primer Museo Chileno del Vino de Viña Santa Cruz. Una tarea que tomó quince años de recolección y museografía para el montaje de más de dos mil piezas en torno a uno de los oficios más antiguos.
Por_ Alfredo López J.
@alfogram
Fue una fiesta que reunió a los principales viñateros del valle de Colchagua, a empresarios, políticos y directores de los museos más importantes del país. Nadie quería pasar por alto el brindis de inauguración del primer Museo del Vino en Chile, un enclave en medio de la localidad de Lolol, en los mismos terrenos de la viña Santa Cruz y que comenzó su travesía hace más de quince años, cuando el empresario Carlos Cardoen, con el apoyo de su mujer Pilar Jorquera y de sus siete hijos, inició un largo camino de recolección de objetos, máquinas y arte en torno a una labor que ha marcado el espíritu y el desarrollo técnico de gran parte de las civilizaciones y culturas de la historia del hombre: la vitivinicultura.
Años de investigación y restauración de piezas que finalmente se tradujeron en un emplazamiento de dos mil metros cuadrados bajo una enorme nave metálica rescatada del norte chileno. Una estructura de acero patrimonial que albergó la maestranza del Ferrocarril Antofagasta-Bolivia a principios del Siglo XX. Cada fragmento, cada ensamblaje, fue tomando forma según las técnicas originales de construcción. La idea era mantener intactas las alturas del edificio, sus entradas de luz y también los pasillos interiores que ahora contienen la más importante colección en torno al vino en el país.
El factor educación es clave en este proyecto. La idea es que sus visitantes además puedan acceder a un relato histórico y formativo desde los orígenes del vino, en el año 8.000 a.C, en las montañas del Cáucaso, para luego proseguir con el desarrollo de la vid en el Antiguo Egipto, donde faraones y nobles eran sepultados junto a enormes vasijas que contenían el “zumo de los dioses”. La recreación de la tumba de Kha’y, el enólogo personal de Tutankhamon, es uno de los primeros pasajes en este laberinto histórico con forma de urna y frescos pintados en sus muros por la artista colchagüina Giovanna Ruz. Un espacio donde también se exhiben vinos secos provenientes de Caná de Galilea, el lugar donde, según la tradición, Jesús convirtió el agua en vino.
La contribución del mundo griego y del fenicio también aparece en una narración épica en torno a una bebida que fue tomando rango sagrado y de celebración, como lo hizo la Iglesia Católica en su liturgia. En el pabellón destinado al Cristianismo están las sotanas bordadas con parras y uvas doradas junto a un rica selección de cálices, jarrones embadurnados e iconografía relativa al dogma de que la sangre de Jesús está presente en la vid.

En sus vitrinas confluyen desde decantadores elaborados con gran prolijidad a descorchadores que representan motivos propagandísticos y de humor.
Asimismo se procuró poner en valor los testimonios materiales e inmateriales de una de las industrias históricas más relevantes y prometedoras en el Chile actual. Con más de 140 mil hectáreas de viñas y la producción de 1.200 millones de litros de vino. Nuestro país es el principal exportador de vino de América y el cuarto a nivel global. Desde ese plano, los “compañeros” del vino son múltiples: la madera de las barricas, el vidrio de las botellas, corcho, papel para etiquetas, diseño, transportes, máquinas y marketing.
En el Museo del Vino la actividad económica, turística y de impulso social tiene sus pabellones. El público podrá conocer de cepas y suelos, además de botellas icónicas de los distintos valles. En sus vitrinas confluyen vasijas y diversos utensilios a la hora de conservar y servir el vino. Desde decantadores elaborados con gran prolijidad a descorchadores que representan motivos propagandísticos y de mucho humor. El aporte de visionarios en torno a esta industria, como Rodrigo de Araya, Silvestre Ochagavía, Maximiano Errázuriz, Luis Cousiño, José Tomás Urmeneta, Bonifacio Correa Albano y Melchor Concha y Toro tienen su turno mediante documentos, objetos personales y evidencias de cómo se transformaron en los padres de nuestra vitivinicultura.
El arte que toma la vid como su principal campo de estudio está presente a través de réplicas de obras alusivas a Baco que fueron pintadas originalmente por Diego Velázquez y Caravaggio, además del enorme mural «Oda al vino», inspirado en Pablo Neruda. Un acopio que suma antiguas máquinas despalilladoras de racimos, carretas para las labores de vendimia y viejas prensas que fueron detonantes para que la vid tuviera larga vida en esta parte del mundo.