Este superestrella de la ilustración francesa, el mismo que con sus dibujos románticos y misteriosos ha inspirado a figuras del cine como Tim Burton, visitó recientemente Chile. Los mundos antiguos son su pasión, según manifiesta, lejos de un mañana que él no ve con mucha esperanza.
Por Alfredo López J.
Mientras esboza una María Antonieta que acaricia un pequeño gato (justo ahora que llegó agosto), el ilustrador Benjamin Lacombe (París, 1982) dice que le encanta dibujar cuando conversa. Con lápices de colores que distribuye en la mesa con armonía, mira a los ojos y se concentra en las respuestas con el mismo entusiasmo con el que elabora el bosquejo de la última reina francesa y que luego nos regala. A menudo lo hace mientras concede entrevistas. Le gusta obsequiarle un recuerdo a cada periodista hecho de su propia mano.
Un acto impulsivo de su carácter creativo que le ha permitido ser reconocido internacionalmente desde muy joven. Sus libros han sido traducidos y premiados en todo el mundo con títulos como «Los amantes mariposa», «La niña silencio» y «Melodía en la ciudad».
Nostalgia etérea
Su primer trabajo, titulado «Cereza Guinda», inmediatamente llamó la atención por la nostalgia etérea de sus personajes. Lanzado en París en 2006, ese mismo año fue considerado como uno de los mejores libros infantiles por el diario «The Times». Desde ese momento, sus obras en torno a íconos como Blancanieves, Madama Butterfly, Frida Kahlo y la propia María Antonieta, se han convertido en consecutivos best sellers que él trabaja con precisión desde su taller en París, y que luego se encarga de lanzar en distintas capitales del mundo, donde Santiago de Chile es otra de sus paradas. “Vine también hace nueve años a presentar «Madama Butterfly». Hubiera venido antes, pero después llegó la pandemia y todo se complicó… Siempre es un gusto venir”, dice mientras prosigue con su dibujo y mantiene su sonrisa, entre inquieta y suspicaz, que seguramente conserva desde su infancia.
–¿Cuándo se dio cuenta que lo suyo era la ilustración?
“Dibujo desde niño. No es que hubiera sabido que quería ser ilustrador, pero recuerdo que en el colegio había muchos niños que dibujaban. A los 12 o 13 años ya éramos menos. A medida que fue pasando el tiempo me di cuenta de que yo avanzaba más rápido. Al final fui quedando solo… La ilustración era algo que venía conmigo y empezó a ser mi trabajo desde los 14 años. Nunca he hecho otra cosa, como ser mesero, por ejemplo. Tampoco tuve que tomar esa decisión de decir: ‘A partir de ahora me voy a dedicar a esto’. Simplemente, así se fue dando”.
–En sus años adolescentes, ¿quiénes eran sus héroes de las tiras cómicas, de las caricaturas…?
“Muchos personajes de las películas de Disney, de Tim Burton, de Hayao Miyazaki. Como me crie en París, tuve la fortuna de crecer muy cerca de los museos. Tuve mucho acercamiento con la pintura desde niño y mi mamá siempre me llevaba al Louvre, donde uno de los primeros impactos visuales que experimenté fue la obra de Leonardo da Vinci”.
–Los grandes personajes de la historia siempre son protagonistas de su trabajo… ¿Antes de ilustrar un libro lee primero sobre sus vidas? ¿Cómo lo hace?
“Es un proceso que nunca es igual. Todo depende. En general, lo que me gusta ilustrar son historias que me marcaron en la niñez o la adolescencia. Las guardo en mi memoria con todas las ganas de ilustrarlas más adelante. Al principio, cuando tomo la decisión de ilustrar un libro, lo vuelvo a leer. Por completo. Después, mientras estoy ilustrando, regreso al libro, reviso y releo por partes. Es una suerte de método para profundizar en distintos momentos de la narración”.
Con gusto por lo sombrío
Si bien la mayoría de su producción parece girar en torno al público juvenil, también ha publicado libros ilustrados para adultos como la reversión de clásicos a la altura de los «Cuentos Macabros» de Edgar Allan Poe, con traducción de Julio Cortázar y texto de Baudelaire; al igual que «Nuestra Señora de París», obra inmortal de Victor Hugo. El declarado gusto por lo sombrío, donde se siente absolutamente conectado con figuras emblemáticas como Alfred Hitchcock, Tim Burton, o Edward Gorey, ha marcado su estilo desde sus inicios.
–¿Quiénes son sus imprescindibles?
“Los pintores primitivos flamencos del siglo XV y XVI, junto a los artistas del Quattrocento Italiano (la primera fase del movimiento conocido como Renacimiento), sobre todo por el misterio que irradian”.
–¿Y en la literatura?
“En este momento estoy trabajando «El Retrato de Dorian Gray» de Oscar Wilde, donde una vez más aparece ese misterio que yo adoro. Me parece mágico ese proceso de investigar y leer todas las versiones de una misma obra”.
–¿Cómo logra acercarse al carácter de sus personajes?
“Siempre hay una búsqueda intensa para averiguar qué rasgos definen a ese sujeto. En el caso de «La Sirenita», me inspiré directamente en el cuento de Hans Christian Andersen, el original, que no tiene un final tan feliz como la versión de Disney. Aquí la protagonista es un personaje delicado y traté de mostrar su lado más hermoso para ser fiel al relato original. Pero buscar esa caracterización es como hacer un casting por los distintos relatos que hay sobre un personaje. En el caso del «Retrato de Dorian Gray», me inspiré en Lord Alfred Douglas (escritor y poeta inglés conocido por ser el aristócrata amante de Oscar Wilde). Siempre tengo a alguien en mente, aunque no se le parezca”.
–¿Hay personajes más complejos? ¿Alguno le ha costado más que otro?
El libro «Los superhéroes odian las alcachofas», que hice junto a Sébastien Perez, quien además es mi pareja (escritor con quien comparte el libro «Retratos gatunos», para destacar la personalidad de quince gatos cuyos talentos, caprichos y obsesiones los acercan más que nunca al género humano), estaba lejos de lo que son mis intereses principales como la ciencia ficción. El caso de «La Sirenita», también tuvo mucha complejidad. Es un personaje ambiguo, que está entre ser hombre o mujer… Y eso es difícil de lograr, porque es posible que pierdas el equilibrio de mantener esa ambigüedad de manera permanente”.
–¿Cuáles son las virtudes o defectos más complicados de llevar al papel?
“Más que las características, lo más arduo es llegar a ilustrar algunas edades de las personas. Es fácil dibujar gente que es muy joven, como también lo es ilustrar a la gente más adulta. Pero, ese período que va entre los 40 y los 60 es el más complejo, porque en el dibujo cada trazo cuenta. Entonces, una pincelada demás e inmediatamente la persona se ve más adulta. Las expresiones, en general, se trabajan lentamente. Por ejemplo, no permito que mis personajes sonrían mostrando los dientes, como en las fotos… Si lo hiciera, se verían siempre con una actitud torpe o, sencillamente, podrían infundir miedo”.