De diva de la Nueva Ola a protagonista de la escena Under, la misma que lanzaba besos a golpe de tacón en medio de un repertorio romántico e irreverente, mantiene su legado más vivo que nunca.
Por Alfredo López J.
Más de diez niños bailan el «Puré de papas» como si se tratara de una canción infantil con ritmo de rocanrol a la llegada del ánfora que trae las cenizas de Mireya Cecilia Ramona Pantoja Levi (1943-2023), más conocida como Cecilia, la Incomparable. Ellos la esperan junto a todo el pueblo de Tomé, en la región del Biobío, que eleva sus pañuelos para despedir a la más insigne de las hijas de su ciudad, la cantante y compositora que en los 60 interpretó inolvidables títulos como «Baño de mar a medianoche» y «Dilo calladito».
La escena es una de las últimas de su extenso funeral que comenzó con un multitudinario velorio en el Teatro Caupolicán, luego de que su círculo de confianza anunciara, el pasado 24 de julio, que la cantante había muerto en Santiago a raíz de una enfermedad pulmonar obstructiva a los 79 años.
Una noticia que conmovió a la opinión pública, fundamentalmente porque ella encarnó –como ninguna otra–, la renovación de la canción chilena como indiscutida reina de la Nueva Ola, protagonizando un repertorio que incluía tango europeo, mambo, la canzone italiana y, por supuesto, los referentes del rock que llegaban con fuerza desde Inglaterra y Estados Unidos.
Más áspera, menos aterciopelada
Los inicios de Cecilia, en su Tomé natal, donde desobedecía a sus padres para escaparse cabalgando a pelo hasta la caleta de pescadores, fueron los de una niña de gran talento y porfía. En la adolescencia era el centro de mesa de las fiestas de la familia y, como la menor de tres hermanos, se las arregló para formar una banda con los amigos del barrio, mientras daba sus primeros pasos musicales junto a los Hermanos González.
Su potente voz, más áspera que aterciopelada, inmediatamente llamó la atención de los productores musicales de la época como el influyente Rubén Nouzeilles y firmó con RCA. Desde ese momento, su carrera no se detuvo. Fue al Festival de Benidorm, “donde Raphael iba como relleno, mira lo qué es la vida”, decía. Para luego, en 1965 triunfar con 21 años, en el Festival de Viña del Mar, con la canción «Como una ola», creada por María Angélica Ramírez. Fue uno de los primeros enfrentamientos públicos que tuvo la cantante, quien no permitió que los entonces organizadores del certamen le solicitaran que no lanzara sus acostumbrados besos con golpe de taco. ¿La razón? Eran subidos de tono y emulaban vulgarmente los gestos de los futbolistas en la cancha. En resumen, algo impropio de una mujer, sostenían. Evidentemente, Cecilia no acató.
Su rebeldía no hizo más que aumentar su popularidad y se convirtió en la primera covergirl chilena, con más de cuarenta portadas en revistas icónicas de entonces, entre ellas, «Ritmo», «Rincón Juvenil» y «Marcela». Paralelamente, su histrionismo la transformó en rostro pionero de las telenovelas, donde protagonizaba historias de amor, mediante fotogramas y viñetas, junto a los galanes del momento.
Frente a eso, Cecilia, sin embargo, mantenía a raya su vida íntima. “Ella respetaba el misterio y protegía a su círculo íntimo de las intolerancias de otros tiempos. Amaba, por otra parte, hacer relatos de anécdotas de sí misma poniéndose etiquetas o elaborando un personaje”, explica Vanessa Miller, directora de la serie «Cecilia La Incomparable. Bravura plateada», a estrenarse en octubre en la televisión chilena, y donde las actrices Daniela Benítez y Amaya Forch dan vida a su personalidad transgresora hasta el final. Miller, agrega: “En la producción hablamos del amor y de las relaciones como síntoma del proceso personal, desde lugares muy abiertos y sanos. Tanto que tratamos de estar presentes en los sentimientos de cada situación, más que elaborar análisis identitarios. El amor está mediado por la música”.
Todas las canciones que aparecerán en la serie son un reflejo potente de su mundo interior. “Por citar una con un toque de humor, «Serénate», que la compone antes de volverse de España y para calmar a un amor que la extraña desde Chile. Lo mejor fue rescatar sus composiciones y mostrar el contexto de algunos de sus éxitos como la canción «Como una ola», con la que ganó Viña del Mar. Yo creo que Cecilia se sentía completamente libre, cabalgando a pelo y cantando para el público que la amaba de manera eterna”, remarca Vanessa.
No arrugaba la nariz
Cuando le preguntaban por los mitos en torno a su figura, ni siquiera arrugaba la nariz. “Mientras hablen de mí es porque aún sigo vigente”, le decía a Yasmine Bau, quien fue su mánager por más de 20 años, parte de su familia por opción, y miembro de su “equipo vital de trabajo”.
Como un espeso rumor se esparció la idea de un estado de alcoholismo sin control debido, en gran parte, a una lesión mandibular que arrastraba desde 1987, cuando estuvo 28 días en la Cárcel de Santiago acusada de facturas impagas. En medio de un conflicto interno, un gendarme la golpeó en la cara y le propinó una fractura con secuelas de por vida. Ella misma diría más tarde, que esa falsa acusación se debió a que el gobierno de Pinochet la habría asociado al MIR luego de que en los 70 grabara un disco con canciones de Violeta Parra y Víctor Jara.
Antes, ya había sentido el peso del prejuicio. De un día para otro, dejó de ser la gran diva de las portadas de las revistas, el ícono juvenil que había conquistado el mundo de la canción sin mayor timidez desde su Tomé, entonces tan rural y lejano. Sencillamente, su opción de dejar atrás los vestidos acampanados para cambiarlos por trajes ajustados al cuerpo y con un cierre éclair adelante, al más puro estilo Elvis Presley, era algo demasiado provocador para la época. No se lo perdonaron, pero ella sabía que en ese rechazo estaba finalmente su esencia. Inmediatamente, su nombre reinó en la escena underground de resistencia y, al igual como hoy recuerda su adorada Yasmine Bau, “siempre quería estar cerca de los jóvenes”. Ahí estaba su Paraíso.