Carmen dell’Orefice, un cisne sin edad

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Alta, hipnótica y sofisticada,  a sus 92 años mantiene su estampa que la convirtió en musa de Richard Avedon y Salvador Dalí. Hoy todos la quieren en sus desfiles, incluida la célebre Guo Pei.

Por Alfredo López J.

“Claro que he llorado varias veces en este oficio”, dice Carmen dell’Orefice, la musa eterna de las pasarelas que cumplió 92 años y que, a la hora de enumerar los momentos de una carrera que nunca ha detenido su velocidad, se siente afortunada por haber tomado las decisiones correctas.

Dueña de una vida que se configura como una enciclopedia contemporánea de la moda, con momentos épicos como esa vez que tuvo que esconderse en una azotea para secarse las lágrimas luego de que Richard Avedon –el fotógrafo que todos observaban como un profeta del buen gusto–, le dijera que sus hombros eran “tan anchos como los de un futbolista”. Eso no la derrumbó, al contrario. “Volví al estudio y me puse delante de la cámara, de perfil. Aquella foto salió maravillosa”, sostiene.

Esa fuerza es algo que mantiene desde que tiene memoria. Nació en 1931 en un Nueva York golpeado por la Gran Depresión. Su madre, una bailarina de origen húngaro, tuvo que salir adelante con su hija luego de que el padre, un violinista italiano, la abandonara para nunca más dar noticias de su paradero.

La adolescente Carmen, con apenas trece años y luego de ser descubierta por un cazatalentos mientras viajaba en un bus, agradecía entonces los exiguos siete dólares por hora que recibía en cada sesión como modelo. Para ella, esa cifra significaba que podía ayudar a su mamá con el pago del arriendo.


Carmen Dell’Orefice camina por la pasarela en el desfile de modas Marimekko Primavera 2013 durante la Semana de la Moda Mercedes-Benz en 441 West 14th Street, el 10 de septiembre de 2012, en Nueva York.

Con rigor e infinita paciencia

Una estrella, sin embargo, la acompañó desde el principio. A los 14 años la fotografió el gran Salvador Dalí (homenajeado en esta edición #151), y le pidió que posara para sus pinturas a cambio de uno de sus cuadros. Ella aceptó… encantada.

Fue llamada de «Harper’s Bazaar» y el influyente fotógrafo Clifford Collins la fichó de inmediato para «Vogue». Pasaron los años y después de desfilar para marcas internacionales como Marimekko y ser rostro de etiquetas icónicas como Chanel Nº 5, Rolex, Elizabeth Arden y Revlon, llegó el tiempo de los balances. Fue cuando vio cómo su carrera de modelo simplemente había desplazado su pasión por la danza clásica a un segundo plano, una disciplina que, además, le había permitido mejorar una debilitada columna vertebral que, cuando niña, la tuvo al borde de la invalidez.

Con los pasos de baile, por cierto, había aprendido a tener una postura erguida para controlar una estatura de más de 1 metro 80. Ese rigor también le enseñó otras cosas, “como la puntualidad, algo que por lo demás se aprecia mucho de una modelo”, o la capacidad de entrenar su cuerpo con paciencia infinita.

Su biografía indica que en 1944 Diana Vreeland, la influyente editora de «Vogue», le dijo que a su cuello le faltaba un centímetro y medio más para lograr la perfección. Inmediatamente, Carmen se autoimpuso un régimen de ejercicios para alargarlo como el de un cisne, espigado y circunspecto. Aunque ella nunca se refiere a esa misteriosa proeza, sencillamente ha transparentado que, con el pasar del tiempo, “he aprendido a ignorar las adversidades de este trabajo”.


Como una deidad para Guo Pei.

Una leyenda de la industria

Alcanzó muy joven la fama, de la mano de una turbulenta vida sentimental. Se casó a los 19 años con el arquitecto Richard Kaplan. Después vendrían dos matrimonios más, uno de ellos fue con el fotógrafo Richard Heimann, quien también la retrató con idolatría, al igual que Horst P. Horst, Irving Penn, y Erwin Blumenfeld… Esa secuencia de imágenes, considerada hoy como uno los pilares narrativos de la historia de la moda, fue la que en 2016 la llevó a ser la protagonista de una muestra en el London College of Fashion en su calidad de leyenda de la industria, a lo que ella reacciona: “Si alguien me considera de esa manera, una leyenda, es su problema. No lo soy. Ni tampoco un ejemplo a seguir. Soy una mujer trabajadora, una madre, una hija. Y punto”, dice.

Ahora, cuando las grandes casas de moda insisten en que su porte y áurea es atemporal, como lo demostró en su reciente aparición en el desfile de la diseñadora china Guo Pei (La Panera #139) –donde impactó como una deidad en rojo al cierre del desfile–, hay cosas que no tolera. No le gusta que le insistan con temas de feminismo y sus alcances. “Nunca me he puesto etiquetas y no voy a empezar a hacerlo ahora. Me crio una madre soltera y desde muy joven tuve responsabilidades reales. Nunca sentí la necesidad de ponerme en pie y declarar mi independencia. Ya la tenía”, remata. 

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