Dior y la mujer de rojo
La modelo Kouka Denis visitando los Almacenes GUM de Moscú, en el marco del desfile de Christian Dior presentado en la Unión Soviética en 1959. Foto: Howard Sochurek / The LIFE Picture Collection / Shutterstock

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En 1959, en medio de la Guerra Fría, el Kremlin de Moscú recibió una visita de otro planeta: la alta costura de la marca Dior. 

Por Juan José Santos Mateo

Las babushkas, con la cabeza atrapada en un pañuelo, cubiertas por un grueso abrigo negro, no daban crédito. Doce delgadas modelos de Christian Dior paseaban, mejor dicho, flotaban delante de ellas, suspendidas en el aire, con sus labios de rojo carmín, zapatos de tacón alto que se elevaban sobre el suelo, pestañas que cortaban telones de acero. Una de ellas, Kouka Denis –la primera supermodelo argentina–, con un vestido rojo que hacía palidecer el rojo de la Plaza Roja de Moscú y el rojo de la mente del politburó, sonriendo ante la seriedad y la incredulidad del ciudadano. 

Era el año 1959, y la Unión Soviética se abocaba a la “desestalinización” de Nikita Jrushchov, la renovación del marxismo y al “deshielo” en sus relaciones con los países no comunistas. Ese año se produjo el denominado “Debate de cocina”, una improvisada conversación entre el Secretario General del Partido Comunista, Jrushchov, y el Vicepresidente de Estados Unidos, Richard Nixon, durante la Exhibición Nacional Estadounidense en Moscú. Posteriormente, Jrushchov visitaría Estados Unidos en otro momento histórico, aunque algo decepcionante para el ruso, que no tuvo suficiente con conocer a Marilyn Monroe o a Frank Sinatra. Quería visitar Disneylandia. Se lo impidieron por motivos de seguridad.

Por una esquina en la agenda de aperturismo se escurrió la moda. La U.R.S.S. levantaba la censura contra los desfiles y la persecución contra aquel que no vistiera a la “manera comunista”. El gobierno negoció intercambios con casas de diseño occidentales para impulsar la industria de la moda soviética. Y la primera en responder a la llamada fue la Casa Dior. El 10 de junio de 1959 aterrizaba en Moscú un avión de Air France repleto de ropa y de modelos. En el Palacio de los Sóviets (uno de los proyectos arquitectónicos inacabados más famosos de la historia), perfumado con la colonia de Dior, se agolpaban las estrellas de cine y las esposas de los líderes del partido comunista. El aroma francés y la elegancia de la recién estrenada línea del recién estrenado Yves Saint-Laurent (quien se hizo cargo, con 21 años, del diseño de Dior) estimuló la atracción por la ropa europea. 

Pero el escándalo se dio en la calle. Las fotografías de Howard Sochurek para la revista «Life» atestiguan lo que sucedió cuando el desfile salió del palacio para visitar mercados, la Plaza Roja, el Kremlin o los Almacenes GUM. Las modelos intercambiaban con los habitantes de Moscú, recorrían el espacio urbano con un vestido azul, otro blanco, y otro rojo: los colores de la bandera francesa. «Ogoniok», una de las principales revistas semanales ilustradas de la época, publicó que los espectadores se preguntaban por qué los vestidos eran tan escotados: “Eso es casi un vestido de verano. Para los norteños como nosotros, eso no es realmente práctico. Y en verano hará demasiado calor con ese vestido, incluso por la noche. Los vestidos son un poco demasiado cortos. Eso no será hermoso en mujeres bajitas o regordetas. El bordado hecho a mano en tul es sin duda muy bonito, pero ¿quién puede permitirse un vestido tan caro?”. 

Era una revolución 

El contraste entre la moda y la altura de las modelos, con respecto al atrasado concepto de la elegancia de la Unión Soviética de los años 50, era rotundo. Lejos quedaban los avances de la moda rusa, como en la mezcla entre ideología, arte y uniforme de trabajo en la época del Suprematismo y el Constructivismo; los avances de Nadezhda Lamanova, la modista más famosa de Moscú antes de la guerra, que viajaba y se inspiraba en París; los audaces diseños para vestuario de teatro de la polifacética Stepanova y su esposo Rodchenko; o las propuestas de los artistas y diseñadores Leon Bakst y Aleksandra Ekster, admirados incluso fuera de sus fronteras. 

En los peores años del Estalinismo la ropa estética estaba mal vista. Las fábricas de tejidos cosían para el ejército rojo y los miembros de la checa (la cruel policía secreta bolchevique, responsable de instaurar el “terror rojo” en Rusia). Largas casacas, las botas de fieltro Valenki, el gorro budiónovka y la chaqueta de cuero negro. La ropa de trabajo (prozodezhda), costura supeditada a su función, era prácticamente todo lo que se podía encontrar en las tiendas. De la monotonía en grisalla sólo escapaban la aristocracia obrera y sus hijos, los llamados Stilyagi, hispters soviéticos que imitaban a los ídolos del cine y la música extranjera. Habría que esperar hasta los años cincuenta, tras la muerte de Stalin, para que llegara el cambio.

Por encima de la política 

Christian Dior, educado como diplomático en la Escuela de Ciencias Políticas de París, sabía que la ropa podía estar por encima de la política. Viajó a Moscú en 1931, y quedó fascinado por Malévich, los diseños innovadores de Pável F. Chelishchev, y los Ballets Rusos de Serguéi Diáguilev. Lo que no le apasionó, fue la falta de libertad y la pobreza de la Unión Soviética, sumida en la época de la colectivización, un concepto diametralmente opuesto al de la alta costura y la exhibición del individualismo. A su vuelta a París, Dior se convirtió en el árbitro de la moda con su radical “New Look”

Después de su repentina muerte por un ataque al corazón, en 1957, Yves Saint Laurent se convirtió en el diseñador principal de la Casa Dior. Su primera colección Trapezium, era un homenaje al sarafán, un vestido tradicional ruso sin mangas y con tirantes. Algunos de los modelos presentados tenían nombres soviéticos, como Nadezhda o Tatyana. Saint Laurent dio un golpe de efecto en la presentación de su nueva línea en 1959 en Moscú, anunciando el poder político de la alta costura y señalando el camino a la moda soviética: la mujer del futuro será sofisticada, con líneas que favorezcan su esbeltez, y con guiños al folclore nacional.  

Yves Saint Laurent continuaría su idilio con la estética rusa, como en la colección otoño-invierno de 1976, dedicada a los “Ballets Rusos” de Diáguilev –que conoció y admiró Dior–, o con sus inspiraciones literarias, como Natasha Rostova y Anna Karenina. Con su muerte, no desapareció el romance entre Dior y Rusia, el mismo que sigue hasta la actualidad. 

La primera tienda Dior abrió sus puertas en Moscú en 1989. Cinco años más tarde, en los mismos grandes almacenes GUM de la Plaza Roja, en los que en 1959 desfilaron las modelos, se abrió un enorme y lujoso espacio. La burguesía rusa, los millonarios que se hicieron ricos tras la caída del Imperio en 1991, fueron presa de una fiebre por los accesorios y la ropa de Dior. Una seducción que continúa en el presente, a pesar de la guerra y las sanciones. Residentes rusos no pueden adquirir complementos de lujo en tiendas en el extranjero, ya que se han impuesto límites en las ventas. La tienda Dior, de GUM, está cerrada porque la marca de lujo se ha retirado del país, al igual que todas las grandes marcas de ropa. Hoy, en los escaparates de Dior frente a la Plaza Roja, sólo se puede ver el reflejo de la tumba de Lenin, muy pocos turistas, muchos policías y, desde luego, ninguna modelo francesa. Pero, aunque parece una tarea titánica, todavía se puede ver en alguna calle de Moscú a una mujer portando el último lanzamiento de la Casa Dior. No, no es un fantasma de 1959. Es otra muestra de que la moda sigue estando por encima de la política. 

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