La fragilidad indestructible de Andrés Pérez

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Saxofonista, compositor, director de bandas, gestor, educador, dirigente –una de las figuras más múltiples de la música actual y criado en el mismo pasaje donde vivió Zalo Reyes–, un golpe de la vida lo llevó de niño a tocar en la Orquesta Conchalí Big Band. Ahí comenzó todo.

Por Antonio Voland

Es una monocromática azul poderoso, una pintura de Senaquerib Astudillo elaborada a mano, a partir de retículas que tienen 70 capas de color, de manera que ahí no se trata sólo de color. Peso y vibración se combinan en esa obra que hoy ilustra la carátula minimalista del nuevo disco de Andrés Pérez. En «Fragilidad indestructible» existen inspiraciones pictóricas como esa y como otras que proceden de mucho antes.

“En 2013 asistí a la exposición del Centenario de Mario Carreño en el Museo de Bellas Artes, y a partir de entonces escribí obras guiado por sus pinturas. Fue como una musicalización de cuadros”, dice en retrospectiva Andrés sobre «Pareja en el desierto» y «La granada». Son composiciones para cuarteto de jazz y cuarteto de cuerdas (ver recuadro), que proceden de la obra de Carreño y que aquí se unen a «Sueño pendiente», una partitura para piano, violín y bailarina, inspirada a su vez en la citada pintura de Senaquerib Astudillo.

Pasó más de una década antes de que Pérez regresara con su boina y sus bigotes estilo Dalí a la primera línea, como nombre propio y con un disco entre manos. Saxofonista tenor y compositor, es uno de los nombres más fuertes en la generación joven de esos jazzistas que despuntaron durante la década de los 2000. Este otoño, reapareció con un concierto en vivo en Santiago, y el repertorio íntegro de «Fragilidad indestructible». 

Un golpe de timón

Desde 2021 el músico vive en Osorno. En esa zona ha impulsado proyectos que lo siguen multiplicando. Creó el Festival Internacional de Jazz de Osorno, que ya va en su segunda edición, y tomó la dirección de la Banda Municipal de Osorno, una agrupación con 40 años de antigüedad. Pérez le dio un golpe de timón a su dinámica propuesta, convirtiéndola en una interesante orquesta de jazz. 

“Tenían la tradición de las marchas y las bandas militares, con bombo, lira, tuba y eufonio, junto con un método de trabajo súper arcaico. Hubo que modificar la dinámica de los músicos para entrar en el lenguaje del swing y la improvisación. En ese camino de introducir a los clásicos del jazz fueron apareciendo músicos que me han sorprendido totalmente”, cuenta. Allí destaca al trompetista de 20 años Cristián Aros, del pueblo de San Pablo, que se ganó con méritos propios la posibilidad de tocar algunos solos en el reciente concierto de Pérez, como figura invitada. 

Esta orquesta sureña es otro resultado de su propia experiencia como músico adolescente. El mismo Andrés Pérez fue un saxofonista en formación y ascenso hacia 1996, cuando se integró a la famosa Conchalí Big Band y fue promovido desde esa cantera como un solista excepcional. Más adelante, creó la Mapocho Orquesta, otra agrupación de estas características, formada por músicos de la segunda y tercera generaciones de la misma Conchalí Big Band. 

Con ella ha grabado 3 álbumes y ha obtenido un Premio Pulsar, pero sobre todo ha impulsado uno de los proyectos educativos más sobresalientes que se tenga registro, alrededor de la música: la vinculación del jazz con las audiencias infantiles y juveniles. En su itinerancia de cinco años de conciertos sin interrupciones, llegó a impactar nada menos que en la educación musical de 50 mil niños

“La experiencia respetuosa del contacto con la música y las personas me ha guiado todo este tiempo. Vengo de un ambiente cariñoso, con mis profesores en la Conchalí como Carmelo Bustos (1925-2021) y como Gerhard Mornhinweg. Por eso, una vez me paré en la hilacha y me planté frente a Horacio Saavedra (el director de orquesta). Él dirigía la Orquesta del Festival de Viña del Mar y nos quería cobrar parte de nuestros honorarios para él. Ahí nos dimos cuenta de muchas cosas que tenían que ver con mal trato laboral. Yo lo demandé. Creo que fue el comienzo de mi camino como dirigente”, dice Pérez, quien más adelante también fue candidato a la Convención Constitucional. 

Dirigente gremial, educador, compositor, director de orquesta, gestor cultural, Andrés Pérez tiene 40 años recién cumplidos, y está ubicando una pieza más en su rompecabezas. En etapa de producción se encuentra hoy el que será su próximo disco, «Jazz al sur», grabado en directo en el Teatro de Panguipulli con un ensamble que incluye flauta traversa, violín, chelo, trompeta, saxos tenor y soprano, piano, bajo y batería. 

“Compuse la obra para este ensamble de Panguipulli, como un tipo de jazz de cámara que, además, tiene al peñi Víctor Cifuentes tocando los instrumentos originarios: trutruka, pifilka, cascawillas, kultrun y trompe. Él recita sus poemas en mapudungun e improvisa los cantos tradicionales”, cuenta. “Creo que todo está emparentado también con lo que hicimos en «Fragilidad indestructible», pero este disco es más intenso porque tiene que ver con la cosmovisión de la Nación Mapuche. Porque nosotros sólo creemos en el universo”.

–¿Y ellos?

“Los mapuches creen en el multiverso”. 


Calificado dentro de los conciertos que han hecho historia, el verano de 2011 Andrés Pérez formaba parte de la Orquesta del Festival de Viña del Mar cuando recibió una llamada de urgencia. Debió salir a primera hora desde Viña a Santiago para ensayar –nada más y nada menos– que con Sting, para su concierto junto a la Orquesta Sinfónica de Chile. “El clarinetista se había enfermado, y me pidieron que lo reemplazara a último minuto, pero nadie tenía que enterarse de eso porque yo no era de la orquesta sino un músico de jazz, un galleta. Me fui estudiando la música que debía tocar. En esa época no conocía tanto a Sting. De vuelta en la Quinta Vergara toqué el solo de clarinete de su canción «Englishman in New York», que originalmente grabó Branford Marsalis con el saxo soprano”, rememora.

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