«Plasma», de Catalina González

Fecha

Sala Principal, Galería Patricia Ready. Hasta el 25 de octubre 

Por Josefina de la Maza. CEPA – FAL, U. Adolfo Ibáñez

Hace unas semanas se publicaron dos noticias en medios de divulgación científica que comentaban los resultados de las investigaciones más recientes sobre el sol. Una de ellas presentaba avances sobre el estudio de lluvias de electrones y el rol protector del campo geomagnético de la Tierra. La otra introducía el descubrimiento de la luz de máxima energía del sol. Uno de los investigadores que participó en uno de estos proyectos de investigación de larga data, comentaba: “El sol es más sorprendente de lo que creíamos, pensábamos que ya sabíamos todo sobre esta estrella, pero no es así”. Mientras estas noticias pasaban desapercibidas, la prensa difundía otro tipo de discusiones que se movían en un espectro amplio y difuso. Ellas abarcaban desde el desmentido emitido por el sitio web de la NASA, que era enfático al declarar que el sol no es el causante de la crisis climática, a las declaraciones de Bill Gates y la Unión Europea sobre la geoingeniería climática y los planes del primero de tapar el sol para enfriar el planeta.

Entre lo natural y lo artificial

El sol, como siempre desde Copérnico, está en el centro. Actualmente, sin embargo, ser el centro energético de nuestro sistema parece ser un problema. El sol está, más bien, en medio de una discusión entre lo natural y lo artificial que busca encontrar en él un chivo expiatorio. Siguiendo el camino del sol, el 27 de septiembre Catalina González (1979) inauguró «Plasma», en la Sala Principal de la Galería Patricia Ready. Una exposición que reflexiona sobre los encuentros entre lo natural y lo artificial a través del cuarto estado de la materia y, de modo particular, a través del sol, una esfera de plasma.

–¿Cómo comenzó tu interés por los paisajes industriales?

“Tiene que ver con una sensibilidad con el espacio que tengo desde niña, porque vengo de una familia asociada a la arquitectura y a la construcción. El espacio, los distintos hábitats y el paisaje me sensibilizan mucho. Cuando empecé a estudiar arte, el tema aparecía de un modo sutil, pero tempranamente me interesé por lugares abusados por la industria. Y me pasaba al principio que percibía una romantización del paisaje apocalíptico industrial que me incomodaba. «Umbra» (2012) es el primer trabajo en que me metí en el tema medioambiental. En ese periodo me di cuenta de que no podía sólo trabajar de modo estético con estos temas, sino que era importante vivir el lugar. Me fui al norte, estuve cinco años entre Iquique y Alto Hospicio, y pude ver y entender los cruces de lo industrial con lo político y con la memoria, y entendí las tramas del habitar, un habitar liderado por mujeres. Observé también los movimientos migratorios internos post Golpe de Estado, cómo se instaló la industria militar… entonces me fui metiendo en temas locales, cada vez más específicos. Después de ese periodo volví a Santiago, y tuve la oportunidad de vivir y trabajar fuera de Chile. Sin embargo, me siento de región. Ahora vivo en Concón. Asumir una postura regional significa, para mí, que parte del trabajo es hacerse cargo del territorio y de las problemáticas del espacio”. 

–¿De qué manera la historia política reciente del país se cuela en este proyecto?

“Creo que la electricidad que uso en la exposición está asociada con las protestas o, con como yo lo llamo, el desmantelamiento de octubre del 2019. Tiene que ver con cómo transformar el lugar que habitamos. Cómo se rompe el concreto, cómo se rompen las estructuras, las posibilidades de entrecruzamientos múltiples en el espacio que habitamos”.

–¿Cuál fue el proceso de trabajo que te llevó a preparar este proyecto?

«Plasma» reúne obras de un proceso más largo que comenzó un poco antes de la pandemia. Durante una residencia larga en la Rijksakademie, me interesé por la naturaleza artificial de Ámsterdam. Es algo difícil de entender: vienes del desierto en donde la Naturaleza te come y es un shock ver el nivel con el que los Países Bajos controlan su ambiente. Me empecé a preguntar qué hay detrás de ese control y apareció el agua como símbolo de ese control. Y bueno, desde el 2019 empecé a pensar cómo visibilizar el agua, pero entremedio volví a Chile por un periodo para participar en las manifestaciones del estallido. De vuelta en Europa me puse a experimentar cómo hacer entrar la lluvia a mi taller. Quería inundar, hacer canaletas para que el agua entrara. Ahí me enfrenté con el miedo cultural de los neerlandeses al agua sin control. Entonces convertí mi taller en un espacio de experimentación, lo transformé en una naturaleza artificial. Era un espacio de tensiones y también de terror (sobre todo en relación con mis anfitriones), porque la pregunta era: ¿hasta dónde puede llegar el agua? Y ahí sumé otra variable, que era la electricidad… armé unos objetos con bovinas de motores, de bajo voltaje, que cuando las instalas en el agua generan destellos. Lo artificial hace pensar que todo está siempre controlado, pero también puede ser otro el resultado. Había control y descontrol. Durante la pandemia seguí pensando en estos procesos y empecé a seguir el sol. A ver atardeceres, a pensar en utopías civilizatorias, en procesos de expansión imperial y, sobre todo, a entender el impacto del sol. Me interesó explorar cómo se vive el sol en distintas geografías. Asimismo, me di cuenta de que me interesaba reflexionar sobre mi identidad allá, en Europa. De cómo se vive la precariedad que uno ha vivido y cómo esa precariedad parece no tener puntos de relación con estos paisajes artificiales híper desarrollados como los neerlandeses. Eso me llevó a pensar en la contradicción que se da entre el ritual, y en especial el sol como ritual, en contraste con la tecnología”. 

“«Plasma» partió en Concón porque conocí a alguien que trabaja con plasma. La atmósfera tiene plasma, el sol tiene plasma, es un gas ionizado, es el sol que explota, que vibra. El cuarto estado de la materia es el plasma. Y ahora se está usando como una herramienta tecnológica. En Concón están limpiando el agua contaminada y transformándola en agua limpia gracias al plasma. Y cuando lo supe fue un impacto, porque el plasma estaba asociado a todos mis experimentos raros, juntó todos mis intereses. Esta exposición, entonces, reúne algunas obras –instalaciones escultóricas, videos– que intentan traducir el sol. «Después del sol», por ejemplo, es un video que hice en la Patagonia sobre sus bosques y los fuegos de los colonos. Quería evidenciar esa búsqueda a través de elementos artificiales y trabajando, también, desde una perspectiva local”,

Catalina González.

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